Fular

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Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos…

Fotografía: Joaquín Marín

Los biógrafos de Isadora Duncan dicen que el movimiento de las olas, contemplado en su niñez y en soledad en la costa de San Francisco, inspiró la peculiaridad de su danza. También el arte de la Antigua Grecia. Danza que fue expresionismo en el expresionismo. Movimientos libres, apasionados, fluidos. Como olas en océano. Como Niké. Ejecutados con los pies descalzos, bajo la ligereza de una túnica velada y el cabello suelto. La Duncan, admirando las olas y los cánones clásicos de la Antigua Grecia, rompió con los cánones de la danza clásica. Y para algunos fue escándalo.

Bailar a la manera de la Duncan –bailar– ofrece sentir el aire en el rostro. Un placer asociado a la libertad. Aire intenso contra el rostro. Si frío, mejor. Cuando niños, viajando en coche, en autobús o en tren nos gustaba ir con las ventanillas abiertas. Asomando con timidez la cara al espacio para sentir la bofetada del aire en velocidad. Ahora ni los autobuses ni los trenes tienen ventanillas que se puedan abrir. Y en los coches, el diseño aerodinámico aconseja no bajarlas. Cuando lo intentamos yendo en velocidad se cuela un ruido como el que produce un woofer acoplado. Un zumbido ensordecedor.

Sentir el aire en el rostro, sentir la velocidad en el cuerpo. Como cuando viajábamos en moto. O –también en la infancia– descendiendo en bicicleta largas pendientes. Aquí, el gozo compensaba el esfuerzo de tener que haber subido previamente una empinada cuesta. Sentir el aire en el rostro. En la cubierta de un barco. Entre fiordos, o en derrota hacia Ventotene. O camino de África en el estrecho de Gibraltar. Fluido recordándonos el fluir de la vida. Vida alimentando vida.

En la noche del catorce de septiembre de 1927, Isadora Duncan viaja feliz en un automóvil descapotable. La velocidad, contra la brisa tardoestival en Niza, hace que su largo pañuelo de seda bandee libre al viento. Elegante sensación de libertad. De repente el liviano fular se enreda en una rueda estrangulando a la bailarina. Y dicen que poco antes había dicho: «¡Adiós amigos míos, me voy a la gloria!»

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