La loca de la casa

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Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos

Fotografía: Joaquín Marín

«La loca de la casa» es un libro de Rosa Montero que aprecio. Me encantan las reflexiones que en él aparecen, entre otras, sobre la tarea de escribir. Tarea difícil considerando, como dice Montero, que las palabras son como peces abisales: «Las palabras son como peces abisales que sólo te enseñan un destello de escamas entre las aguas negras. Si se desenganchan del anzuelo, lo más probable es que no puedas volverlas a pescar.»

Efectivamente, cuando escribimos sentimos las palabras como esos peces que habitan los mares a más de dos kilómetros de profundidad. Queriendo escribir, uno las intuye, sabe que están ahí. Pero a la hora de decirlas, a la hora de escogerlas, cuesta pescarlas. En el fondo. En la falta de luz. En el abismo. Pero si hoy traemos este bello libro no es por lo del escribir, sino por una experiencia que cuenta la autora y nos resulta útil estando cercano el Día del Padre.

Fue historia de una mañana después de la historia de una noche con otro. Y si fue como dice Montero cuando hacía pocos meses del atentado contra Carrero Blanco, fue a principios de 1974. Rosa no vivía en la casa familiar. Y aquella mañana, huyendo de la experiencia de la noche, cuando fue a buscar su coche lo encontró rodeado de guardias. También, allí, estaba su padre. El destartalado vehículo había llamado la atención de los «grises» y, queriendo localizar al propietario, la policía había llamado al domicilio en el que aparecía registrada la matrícula. «Me horrorizó imaginar –escribe Montero– la cara de mi padre cuando los guardias le llamaron: entonces sólo pensé en su ira y hoy sólo puedo pensar en su preocupación.»

El tiempo y la experiencia nos cambian las perspectivas. Recordando pasados, y viviendo ahora realidades de padre, ya no veo los disgustos del mío. Veo más su preocupación. Antes que cualquier severidad, si acaso la hubo. Cuando nuestra juventud, nos movía la euforia juvenil. Y eran noches enteras, noches de farra y de barra, de conciertos y desconciertos. Y no sabíamos de los desasosiegos paternos que hoy vivimos.

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