Mary Anne

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Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos 

Fotografía: Joaquín Marín

Estamos en 1930. Es joven, delgada. De buen parecer. Las fotografías lo confirman. Ojos bonitos. Labios bonitos. Simpáticos rizos y elegancia. Cara de bondad. Su rostro recuerda al de algunas artistas apuestas de entonces. Y entonces cumpliría dieciocho años. Su historia la leemos en EL MUNDO. En un artículo de Pablo Scarpelli. Vivía en la localidad de Tong, en isla Lewis, al norte de Escocia. Y como tantos compatriotas hicieron, antes y después de que ella lo hiciera, decidió cruzar el Atlántico huyendo de la miseria. A los Estados Unidos. A probar suerte y lograr una vida mejor. Embarca en el puerto de Glasgow. En el barco Transilvania. Sus haberes para la aventura, cincuenta dólares. Más ilusiones que capital.

Nueve días de travesía trasatlántica separan su realidad pobre de todas las esperanzas. Cuando llega a la isla de Ellis en Nueva York y le preguntan si tiene intención de regresar a su país de origen responde que no. Y manifiesta que desea convertirse en ciudadana estadounidense. Y apunta «doméstica» de oficio y… Y cuatro años trabajó como criada. Son años muy duros en Estados Unidos por los efectos del crack bursátil del 29. Y en aquellos años, como millones de estadounidenses, la joven Mary Anne perderá su trabajo. Se llamaba Mary Anne MacLeod. McLeod Trump desde que se casara con un inversor inmobiliario llamado Frederick Christ –»Fred»– Trump.

La historia de Mary Anne es la historia de millones de personas que cruzaron el Atlántico. La paradoja es que esa historia no hubiera podido ser –o hubiera sido más difícil de lo que fue– de aplicar en Estados Unidos las leyes restrictivas a la inmigración como las que pretende y aplica Donald Trump, hijo de Mary Anne.

De madre inmigrante, hijo xenófobo. Dicen algunos estudios que los más hostiles contra los extranjeros son los hijos de extranjeros. Así Trump encerrado en su soberbia. Renegando incluso de la heroica experiencia materna para convertirla en una almibarada historia de amor. Remudando una experiencia épica, como la de tantos emigrantes, en un crucero turístico. En un cuento de princesas. Avergonzado de una hazaña vital.

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