Miel de los cielos

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Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos…

Fotografía: Joaquín Marín

Próxima la Navidad de 1890, Adolfo Clavarana publica en «La Lectura Popular» un relato titulado «Miel de los cielos». El texto resulta una narración sencilla, limpia del emperifollo cursi y empalagoso común en los articulistas de la prensa local de entonces.

«–Abuela, ¿nada nos cuenta usted este año? Mire usted que se acerca navidad y se oyen ya los pitos y los caracoles, y se percibe el olor de la miel, y la tía Manuela ha empezado a hacer las tortas. ¡Un cuento, abuela, un cuento!». Así comienza el relato, sentándonos en torno a una anciana requerida por sus nietos. «Zanguangos» a los ojos de la abuela. Por lo que, en vez de cuento –les dice– será una historia; «más dulce que las tortas de la tía Manuela, porque las tortas –argumenta la anciana– endulzan el cuerpo, y esta historia endulza las amarguras del alma, fortaleciendo a los que vienen a esta pícara vida, y consolando a los que se van.» La historia resulta ser la del nacimiento de Jesús, destacando la sencillez del acontecimiento.

No desaprovecha el autor para arremeter beligerante contra los liberales en diversos pasajes del relato. Clavarana, militante en el partido liberal, se pasó al conservador. Entonces, con el tesón de los neoconversos, defendió los principios moderados: obediencia al orden, defensa del catolicismo, confianza en la Providencia sin queja ante la adversidad, resignación… Y tildar, como propia de bestias, cualquier actitud anticlerical.

Al margen de la carga ideológica del relato –»cuento colorado por la chimenea se fue al terrado»– traemos el texto para felicitar la Navidad a nuestros oyentes y lectores. En boca de la abuela se dice que «ante el misterio de Belén no hay más que dos caminos: o caer de hinojos como los reyes sabios, o dar coces como las mulas romas.» Un servidor, ante lo que representa Belén, cae de rodillas. No como sumisión, sino convencido ante la misma maravilla que magnetizó a esos magos que abandonaron sus poltronas y a esos pastores que dejaron sus fogatas atraídos por lo que verdaderamente nos conforta. Y sea la paz en la tierra.

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