Postal

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Mateo Marco Amorós/  Uno de aquellos

Fotografía: Joaquín Marín

Eran aquellos días estos días. Días en Villena de mucho frío. Días de invierno. Madre nos levantaba temprano. Desayunábamos y… Lo primero, la obligación. Yo estaba deseando ir a casa de mi abuelo. A jugar con primo Vicente. Pero antes la obligación: Escribir postales de felicitación navideña para la familia y amigos de la familia. Fundamental era una buena caligrafía. Y escribir en línea recta. Y demostrar en el uso de los pronombres buena educación. Si en el día a día tratábamos a nuestros mayores de usted, más aún en la correspondencia.

Los primeros años, para que las frases nos salieran rectas, mi hermana o madre trazaban unas líneas con lápiz, a modo de papel pautado, que borrábamos una vez escrita la felicitación. Los mensajes eran tópicos: Deseo a usted –o a ustedes– una Feliz Navidad y un Próspero Año tal. A veces, en vez de Feliz Navidad decíamos Felices Pascuas, pero para mí las Pascuas siempre eran más las Pascuas de las monas. Las de Resurrección. También, en vez de decir próspero, decíamos venturoso. O las dos cosas: próspero y venturoso. Yo no entendía bien eso de, diciendo venturoso, desear un año borrascoso, tempestuoso, como de vientos. A eso sonaba. Pero también quería decir –yo no lo sabía– de buena suerte, de felicidad.

De aquellos días que son estos días, aún mantengo la costumbre de felicitar la Navidad con postales, usando también las redes sociales. Lo que evito es quedarme sólo en el mensaje tradicional. En los últimos años, por ejemplo, hemos utilizado recortes de prensa histórica. Sirva para todos ustedes el de este año, sacado de «El Diario de Orihuela» de veinticuatro de diciembre de 1888: «Un niño ha nacido para nosotros dice con Isaías la Iglesia Católica, y la cristiandad responde gozosa con muestras de inefable amor hacia el sagrado infante cuya natividad conmemora. Viene a desterrar las sombras de la tierra y a inundar los inconmensurables espacios con la purísima y refulgente luz de la verdad. Por eso el hombre destierra la tristeza y llénase de alborozo por la venida del Salvador del mundo.»

Así sea.

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