Vaciando el aire de las caracolas… XLIV

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Morla

Morla

Mateo Marco Amorós
 

En 2008 la editorial Renacimiento publicó las memorias de Carlos Morla Lynch, diplomático chileno en Madrid entre 1928 y 1939. Las publicó en dos tomos de la colección «Biblioteca de la Memoria». El primer tomo, bajo el título «En España con Federico García Lorca», recoge las páginas de su diario íntimo desde 1928 hasta 1936, hasta el 18 de septiembre cuando, a principios de mes, supo de la muerte de Federico García Lorca. El segundo tomo, titulado «España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano», recoge desde 1936 hasta 1939.

La casa de Morla Lynch se convirtió en lugar de reunión frecuentado por intelectuales, escritores y artistas. En esta casa algunos biógrafos sitúan el escenario donde se manifiesta la animadversión de Federico García Lorca hacia Miguel Hernández. El escritor granadino lo evitaba. Si unos días antes había sido en la casa de Vicente Aleixandre, ahora, el 13 de julio de 1936, será en casa de Morla Lynch. Si Miguel Hernández acude, Federico no.

Desde un principio a Morla le interesó Miguel Hernández. Acaso por su rústico exotismo. El 6 de julio de 1935, Morla Lynch escribe en su diario: «Hoy domingo hemos tenido una velada improvisada en casa con Pablo Neruda, Rafael Martínez Nadal, y dos poetas a quienes presto particular atención, porque todavía no los conozco bien: el poeta-pastor Miguel Hernández que ha venido con alpargatas y otro poeta mayor, León Felipe. El poeta-pastor, de ojos muy claros me interesa…» Días más tarde, el 11 de julio, apunta el diplomático: «A la reunión de esta noche, […], han traído a un pastor-poeta –Miguel Hernández– que concibe sus poemas exquisitos cuidando cabras en la montaña. Andan todos locos con él. De ojos muy claros, de traje humilde y alpargatas, me produce el efecto de un niño sonámbulo que viviera en otro plano: espíritu ausente.» En esta reunión de despedida para el veraneo –los Morla iban a Ibiza– sí que estuvo Federico con su carácter de castañuela. Recuerda Morla: «—Posiblemente iré a veros allá –nos dice [Federico]–. Y no digamos adiós, sino, como otras veces, ¡hasta mañana!»

De Morla Lynch sus biógrafos valoran su solidaridad durante la guerra civil acogiendo en la embajada chilena a personas de ambos bandos. Al respecto de lo que pudo hacer por Miguel Hernández terminando la guerra, las versiones chocan. Unos que quiso salvarlo, otros que no. Que pudo más. Tiempo al tiempo.

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