Vaciando el aire de las caracolas…XLVIII

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Ramonet

Ramonet

Mateo Marco Amorós
 

El seis de octubre pasado, primer domingo de octubre, tuve la sensación de, sin querer, haber pegado una patada a un avispero. Por la mañana temprano me gusta leer los artículos de opinión en algunos periódicos. Especialmente en INFORMACIÓN, sobre todo en INFORMACIÓN por ver si me encuentro con la prosa desenfadada e ingeniosa de Isabel Vicente, compañera de carrera en aquellos tiempos de tantas ilusiones y proyectos, estimada amiga desde entonces.

Pero ese domingo, además del artículo de Isabel Vicente donde con su gracejo característico nos hablaba de las servidumbres del móvil, nos llamó la atención una columna firmada por Joaquín Collado, titulada «La burbuja del coaching». Como resulta que todo lo relacionado con los «coach» y el «coaching» lo vivimos como plaga bíblica, porque se multiplican en abundancia y tocan a nuestras puertas de ahora –facebook, e-mail, telefonía móvil…– como antaño los vendedores de enciclopedias, lo leímos y nos gustó. Y se nos ocurrió compartirlo en facebook destacando el último párrafo: «Unamos a la filosofía «coach» del individualismo el canto al emprendedurismo que nos acompaña desde todos los estamentos y habremos creado el monstruo que ya ha devorado a cientos, si no a miles, de pequeños aventureros inducidos a los que nadie ha advertido de las estadísticas de destrucción de miniempresas, creadas desde la ilusión de los prestidigitadores y desde la falta de formación, todos en busca de ese nicho de mercado que les han prometido encontrar y que se convierte, a la postre, en el nicho propio.»

Y fue –ya lo hemos dicho– como patada en avispero. Sin querer. Porque enseguida salieron quienes ven honrado el hiperoptimismo pero sin dejar, esto sí, de denunciar a los vendedores de humo. Collado, en su artículo, hablaba de vendedores de crecepelo o telepredicadores.

 

Y entre comentario y comentario, hablando de vendedores de humo, de crecepelo o telepredicadores, nos vino a la memoria el gran Ramonet de Orihuela –Ramón Gabín Martínez–, gloria de la honrada charlatanería, acaso coaching avant la lettre, pero, campechano, sin las ínfulas de los que se perfuman de éxito. Porque quien en la Vega Baja, cuando San Antón, haya disfrutado de los charlatanes en concurso sabe muy bien cómo guardarse de los trileros del lenguaje. Ramonet nos descubrió la magia e ingenio de la charlatanería, la pericia de convencer con gracia de la posibilidad de comprar duros a cuatro pesetas. La palabra como adorno.

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