A propósito de…LIV

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Generación Bunner

2013. El año de la gran decepción

Laura F.
 

Una tiene su edad y, aunque he visto poco, creo que he visto lo suficiente para poder expresar la gran decepción con la que voy acabar el año. Esto no quiere decir que en mi alma no anide la esperanza que, por otro lado, es lo último que se pierde, según dicen. He vivido la dictadura, he visto a los grises correr detrás de las estudiantes y de todo lo que se menea, he visto como tenías que bajar la voz al dar tu opinión (es más, no podías darla), he visto que no se podía viajar al extranjero sin permiso de la autoridad competente, he visto cómo la lista de deudas de algunas farmacias eran más largas que la de los reyes godos, he visto cómo te curabas con lo que te decía el farmacéutico, porque no había dinero para llamar al médico, también he visto como el médico malvivía por cobrar poco o no cobrar por atender a un enfermo sin dinero (doy fe que los había), he visto a niños deficientes encerrados en sus casa de por vida porque no había posibles para tener un silla de ruedas y salir a la calle, he visto a familias esclavas de los dependientes con su esfuerzo y en la miseria, ya que sólo entraba el jornal del padre, he visto cómo sólo se podía comer carne los domingos y “fiestas de guardar”.

He visto cosas que en aquella época eran “normales”, pero que en realidad eran anormales. He visto cómo se moría gente en un hospital tercermundista y la precaria atención que daba era gracias a las Monjitas de San Juan de Dios. He visto como había mujeres que eran maltratadas por el marido y callaban, porque “ellas tenían la culpa”, según la autoridad del momento. He visto… un país tercermundista. No habíamos conocido algo distinto y, mucho menos mejor. Nos conformábamos e incluso fuimos felices. Pero la felicidad consistía en tener unos padres que se empleaban a fondo para ser “muy buenos”, y compensar lo que no podían darnos, con su cariño y atención. Eso es lo que yo he conocido. Pero también conocí la llegada de la democracia, la esperanza que desató nuestros corazones. Ya no por poder viajar libremente (cosa que no podíamos hacer), sino porque ya no teníamos que mirar a los lados para expresarnos libremente. Ya no teníamos que temer por reunirnos, por decir lo que pensábamos. ¡¡Qué sensación la de la libertad!! Sin ira, sin venganza, sin rencor (eso creía yo).

Poco a poco España comenzó a crecer en todo. Pasamos del “brasero” a la estufa de butano, cosa grande. ¡Cuántas veces nos los pensábamos el ir a la cama, porque el camino hasta ella era una nevera! La Seguridad Social se desarrolló de tal manera, y las pensiones de tal forma que la vida de ancianos y dependientes llegó a ser digna. Todo el que quisiera podía estudiar, pues ya no era necesario el salario de los hijos para que la familia pudiera sobrevivir. Podíamos disfrutar de la playa, que entonces estaba muy lejos y sólo para los ricos. En fin. Comenzamos a vivir con la esperanza de un mundo mejor. Con esfuerzo. Pero mejor.

Nos enseñaron, nuestros padres, que con tesón, honestidad y educación podíamos aspirar a lo que quisiéramos. Y así ocurrió. Pero este sueño, que sólo han podido disfrutar dos generaciones, se acabó. Fue bonito mientras duró. Pero la realidad se ha impuesto y el castillo de naipes se ha derrumbado. Pero lo más triste de todo es la decepción que penetrado en nuestra alma, la desesperanza, la rabia, la impotencia y el desengaño ante un sistema democrático corrompido por aquellos que nos prometieron guiarnos. Y es que el ser humano es lo que es: “El hombre es un lobo para el hombre.” La avaricia y el ansia de poder son más fuertes que cualquier otro sentimiento. A la vuelta de treinta y cuatro años de democracia, el balance es negativo. Los salvadores de la patria entraron en el engranaje de la corrupción. El abuso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho propio. De este ha habido muchísimo. Pusimos nuestra confianza en ellos y, después de tan poco, nos ha expoliado. Pero lo más triste es que los pusimos “ahí” y se ha reído de los ciudadanos. Se ha mofado de nosotros. Y quedamos los ciudadanos pobres, humillados, estafados, endeudados y sin esperanza. Pues han programado un “statu quo” del que va a ser muy difícil salir. Nosotros, los ciudadanos hemos contribuido a ello en gran medida.

La frase:”La política no me interesa”, ha sido nuestra perdición. Somos unos catetos políticos, unos crédulos, ingenuos que no hemos pedido cuentas de nuestros dineros, de nuestro voto (con lo importante que es). El 2013 ha sido el año en el que se nos han abierto los ojos. Lo que no sé es si sabremos reaccionar. Todo fanatismo es malo y, no sólo lo hemos sido, sino que seguimos siéndolo. Por lo que el cambio va a ser muy difícil. Creo que sólo cuando nos veamos como hace cuarenta años, a lo mejor, reaccionamos. O estaremos tan amuermados y sin capacidad de reacción, que volveremos al servilismo de antaño. Aunque muchos de nosotros no dejamos de serlo.

El sistema educativo lo planearon para eso. ¿Qué me queda de este año? La solidaridad, la ayuda desinteresada, fraternidad, y empatía de aquellos que, aún teniendo poco, lo comparten con los que nada tienen. De aquellos que arriesgan su seguridad “legal” luchando por los desahuciados. De ONG civiles y religiosas que procuran que las familias, a las que ha dejado sin trabajo la avaricia y la injusticia, no pasen hambre. eso es lo que me deja el 2013. ¡Que no es poco! Pero insuficiente. Tendrían que salvarnos aquellos a los que les dimos nuestro aval, nuestros gobernantes. Nos han timado. Y esperan respeto, el que ellos nos han arrebatado. ¿Justicia? Todo está montado ya para anularnos. Pero la esperanza, por nuestros hijos, no la podemos perder. Así que seguiremos luchando, cada uno desde donde pueda. POR FAVOR,…¡¡¡DESPERTEMOS!!!

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