Los perros ladran

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Nos lo cuenta el geógrafo y montañero Eduardo Martínez de Pisón en su recomendable libro «La montaña y el arte. Miradas desde la pintura, la música y la literatura». En 1935, escalando en la raya fronteriza franco-española de Petrechema, antecima de las Agujas de Ansabere, Jacques Depart sufrió una caída que le provocará la muerte. Rescatado, murió en la montaña. En una de sus obras había escrito: «Si tuviera un deseo por cumplir sería terminar mi vida bajo una luna llena limpia como el agua de las cascadas, sobre una cresta iluminada por la claridad de las altas altitudes, con el mundo blanco y poderoso de las cimas gigantes en pie y luminoso en mi última visión». Y así prácticamente fue. Murió en la montaña pirenaica y lo enterraron en el cementerio oscense de Ansó.

Pero Jacques Depart geólogo había muerto muchos años antes como Jacques Depart cuando la comunidad científica le acusó de fraude por supuestamente haber introducido fósiles de trilobites europeos en sus colecciones inventariadas en el sureste asiático. Fue en 1917. En noviembre de 1919, apartado de sus funciones –diez años antes había sido nombrado jefe del Servicio Geológico de Indochina– un tribunal lo expulsará de la Sociedad Geológica de Francia. Entonces, Jacques Depart geólogo dejó de ser Jacques Depart geólogo; convirtiéndose bajo seudónimo en Herbert Wild, escritor muy solvente y reconocido. Lamentando su ostracismo científico escribirá «Los perros ladran».

En junio de 1991, casi setenta y dos años después de la expulsión, cuando los avances científicos confirmaban que los trilobites estudiados en Asia por Depart no eran matute, lo rehabilitaron a título póstumo.

Con los tablones de la envidia y los clavos de la intolerancia nos encanta construir patíbulos: cruces, horcas, guillotinas, garrotes viles, sillas eléctricas… O silencios. Con la leña de la obstinación alimentamos hogueras. Contra los Servet, contra los Galileo, contra los Dreyfus… contra los que toque. Sin resquicio para aquellas posibilidades que se alejen de nuestras seguridades trenzamos sogas de pita. Y gritamos muy ufanos: ¡A la horca! ¡A la hoguera! ¡Crucifícalo! No vaya a ser que contrariados tengamos que volver a pensar.

1 Comentario

  1. Maldita envidia.
    Cierto como reza el dicho popular… «Si la envidia fuera música, seríamos bandas andantes»

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