¡Adiós, febrero corto!

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Nostalgia de futuro / Mateo Marco Amorós

Joaquín Marín / Fotografía

Hace unos días empezaba la semana y acabábamos el mes de febrero. Y ya consumidos llevamos dos del dos mil veintidós. Febrero corto, febrero mocho. «Febrero febrerín, el más corto y el más ruin» dice un refrán. Empezaba la semana y acabábamos el mes, hay temporadas que planificándolas se nos precipita la agenda. Como si al prever lo proyectado se consumiera al instante. Futuro convertido en pasado. Es por lo que creyéndolos vividos hay días que gano al recuperarlos. No nos sucede con frecuencia. Pero cuando pasa, descubriendo que lo que creíamos gastado está aún por estrenar, agradecemos esa sensación como devolución preciada.

Quienes entienden de personalidades y actitudes me dicen que tiendo a la precipitación. El caso es que yo me sé lento. Por delante a veces, pero lento. Por delante para coger un tren. Mucho más para tomar un avión. No obstante, uno de mis animales preferidos –si no el más preferido– es la tortuga terrestre. Colecciono figuras de tortugas. También de búhos. Si tuviera una tortuga terrestre de verdad le pondría Casiopea. Por la novela «Momo» de Michael Ende. Casiopea, la tortuga del Maestro Hora, la que conoce el futuro inmediato con media hora de antelación, la que salva a Momo de los hombres grises, ladrones del tiempo.

Pero la cuestión es que precipitándonos cabe el riesgo de tropezar. Porque tropiezo y he tropezado con frecuencia. En mi vida veo ahora muchos traspiés. Y no quisiera que se nos hiciera tarde para disculparlos. Al cabo somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos. Pero es imposible que uno esté satisfecho de todo.

Con frecuencia decimos, frase hecha, que no nos arrepentimos de nada. Lo hemos dicho en alguna ocasión. Ahora no. A finales del año pasado, en Navidad, una mañana me desperté insatisfecho por algunas cosas que había olvidado. Sin remordimiento pero insatisfecho. Es por lo que ahora revivo y lamento cierto tiempo perdido. Robado acaso por esos hombres grises que llevamos dentro. Es por lo que necesito meses largos y vida larga, si es posible, para decir lo siento. Lo siento y… ¡Adiós, febrero corto!

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