Por Mateo Marco Amorós
Cada día que pasa no quito razón a quienes sentados en la mesa, dispuestos a comer, despotrican contra platos que para saborearlos exigen trajín. Así, por ejemplo, la mayoría de mariscos. O carnes crudas pendientes de la piedra. O a saber qué manjares. —Si ya he currado para tener qué comer, no tengo por qué trabajar comiendo —dicen. Conozco a más de uno así. De sentarse y querer comer sin más.
Si traigo esta reflexión es porque a raíz de contar mi experiencia en el Centro de Artes Contemporáneas de Tarragona, donde aquella exposición que apenas percibí porque en un santiamén salí de la sala suponiendo que los objetos expuestos eran material arrumbado, elementos de una exposición reciente o pendiente; marchándome confuso sospechando que me había colado en una zona no visitable, hay quien me ha preguntado si es que no me gusta el arte contemporáneo.
Ni me gusta ni me disgusta, diré. Porque cuando visito cualquier exposición, sea de la época o estilo que sea, me dejo guiar por la clave de si la obra de arte que observan mis ojos podría soportarla de por vida en mi casa. En el estudio, en la entrada, en el comedor o en cualquier estancia donde fuera más consonante. Esto y, sobre todo, si contemplándola me provoca alguna sensación útil. Una emoción. No importando que la sensación o emoción sea agradable o desagradable. Sí, ni me gusta ni me disgusta cualquier arte. Lo que me da pereza es tener que actuar para que la obra me llegue.
Sé que la provocación al espectador, la intención de estimular una toma de partido, la búsqueda de una interacción entre obra y público, es planteada a conciencia por muchos autores. Algunos artistas contemporáneos hablan de experimentos. Pero, con mis respetos, creo que los experimentos en el taller. Prefiero que se me sirva la obra hecha, sin mi participación activa, sólo como receptor, no como actor ni coautor. Prefiero la obra definitiva, como la cocina los comensales perezosos, que incluso sacrificando manjares, rebeldes contra todo yantar laborioso, prefieren comer, solo comer. A mesa puesta. Sin bricolajes.




