Por Mateo Marco Amorós
Catorce después de trece, decimocuarto después de decimotercero, que el cardenal Prevost Martínez haya escogido el nombre de León para sentarse en la silla de San Pedro apunta un guiño que ilusiona. Como los nombres de otros Papas. Porque, por ejemplo, decirse Francisco era apostar por los pobres y por la naturaleza, día y noche, del hermano Sol y de la hermana Luna. Ahí esa Laudato si, que insta a una conciliación íntima entre ser y natura. O la Fratelli tutti contra desigualdades.
Ahora ha sido proclamar el nombre de León y recordar la trascendencia de la Rerum novarum, encíclica de León XIII en mayo de 1891 para conciliar liberalismo y socialismo criticando de ambos los aspectos considerados negativos y ensalzando los positivos para encauzar una doctrina social de la Iglesia donde además de la caridad fuera también la justicia. Encíclica que inspirará otras posteriores igualmente sensibles con la cuestión social. Así la Quadragesimo anno de Pío XI, la Mater et magistra de Juan XXIII y la Centesimus annus de Juan Pablo II.
En 1891 los desequilibrios sociales de la Revolución Industrial exigían, antes que resignación, justicia. La Iglesia tenía que dar una respuesta al mundo obrero, colectivo que se alejaba si no del Cristianismo, algunos, sí de la Iglesia. Al mundo obrero y también al empresarial y al Estado recordándoles valores fraternales. Reconociendo el asociacionismo obrero, criticando la explotación –»yugo de esclavitud»– y la acumulación de riquezas en pocas manos, la codicia, la pobreza extendida, la polarización social. Y también, frente a las ideas socialistas de entonces, defender el derecho a la propiedad privada como derecho natural.
Sin determinar la agenda del nuevo Papa –los medios le reclaman tareas pendientes– si el mundo de León XIII exigió una respuesta cristiana a las circunstancias de la Revolución Industrial, nuestro mundo también necesita que la Iglesia nos hable sobre trabajo e igualdad social en un contexto de tecnologías en permanente y fulminante revolución. Catorce después de trece, decimocuarto después de decimotercero, «Habemus Papam». Y que sea para bien de la Iglesia porque será para bien de la Humanidad. Así sea. Amén.


