Por Mateo Marco Amorós
Estocolmo, siete de diciembre de 2010. Que un escritor como la copa de un pino, recibiendo el Nobel de Literatura, comience su discurso y dedique gran parte del mismo a elogiar agradecido a la lectura –a las lecturas– demuestra qué es fundamental para quien con responsabilidad asume la tarea de escribir. Mario Vargas Llosa lo hizo. Porque lo fundamental para todo escritor que se precie es leer. Leer alimenta. Y sobre todo nos muestra lo costoso de las exquisiteces. Vacunándonos contra petulancias. Porque leyendo a los buenos autores uno descubre la enorme lejanía de esos selectos horizontes que escribiendo pretende alcanzar.
En mis gratas conversaciones con el poeta José Luis Zerón Huguet, más esporádicas de lo que deseo, siempre retorna la misma cantinela: —¡Hay que leer! ¡Leer, leer y leer! —Zerón siempre insiste en ello. Necesariamente y… Y Vargas Llosa, en su discurso, no hace otra cosa que homenajear la literatura de sus maestros a la que pudo acceder gracias a que aprendió a leer. —Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida —dirá; resultando su disertación una espectacular pasarela de figuras y referencias literarias que despiertan el apetito lector.
Espectacular desfile aun consciente de que muchos maestros se le quedan en el tintero: —Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables —reconoce Vargas Llosa.
Y como él reconoce, quienes por devoción o vicio escribimos debemos mucho a los maestros leídos. A aquellos maestros que con la herramienta de la lectura nos permiten, como al maestro Vargas Llosa, viajar con el capitán Nemo, luchar con los Mosqueteros, ser Jean Valjean en París y… Y encogérsenos el corazón conociendo el destino del capitán Ahab. O estremecernos con el de Emma Bovary, Anna Karenina, Julien Sorel… Sea la que sea nuestra nacionalidad. Sea la que sea nuestra religión o no religión. Valor ecuménico de la literatura. De la buena literatura. Esa que nace por vocación, disciplina, trabajo y terquedad. Como aprendió de sus maestros Mario Vargas Llosa, maestro que nos enseña.


