Por Mateo Marco Amorós
En Orihuela, la losa y el solar, el solar y la losa, junto al ferrocarril y sobre el ferrocarril, observados a vista de pájaro mediante Google Maps modo satélite, parecen una tira de corteza de bacalao o piel mudada de serpiente –la losa– y un erial como lomo de elefante, gris rugoso, el solar. La losa, con poros como espiráculos, rectangulares, desde hace diez años pendiente de urbanización. El solar, ya tiempo despejado, en un limbo, esperando poder ser lo proyectado. Losa y solar, solar y losa, ahí están como el dinosaurio de Monterroso cada día que despertamos. Pesándonos.
La plomiza losa, cerrada como predio inaccesible, va acumulando en sus 17.890 metros cuadrados inmundicias con las que el viento caprichoso juguetea. Pasando los días algunas yerbas aprovechan para crecer por las grietas del hormigón. Fruto del soterramiento en trinchera, por la voluntad de romper la barrera del ferrocarril la cruzan transversalmente la prolongación de la calle Luis Barcala hacia la carretera de Hurchillo y la rotonda de la CV-95, viales que nos acercan a la nada más cercana; porque losa y solar siguen siendo nada.
La losa sólo losa. Ni gran parque, ni gran bulevar, ni circuito de educación vial, ni corralitos infantiles, ni ágora, ni anfiteatro, ni espacio para exhibición de elementos turísticos y productivos de la ciudad, ni parterre canino, ni circuito agility, ni zona de patinaje, ni de pumptrack, ni minigolf, ni… Ni nada tampoco, de momento, donde los autobuses. Y nada en el solar cenizo. Nada de centro comercial. Nada. Nada.
Superadas o aliviadas las barreras físicas, aparecen otras. Normalmente burocráticas, aliñadas éstas de indolencia o falta de voluntad, si no también de intereses que se nos escapan. No sé, pero esa losa y ese solar que quisieron ser para una ciudad más abierta son losa que pesa y solar durmiente que tiñen de grisosa fealdad a la gran ciudad. La losa acumulando suciedades y cochambres, por encima de una estación desanimada. El solar, salvaguardando lo que queda de una simpática finca solariega cuya torre apunta al cielo como huyendo de la sinrazón del anquilosado suelo.


