Las rosas terminan

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros

Joaquín Marín / fotografía

Si Monterroso perpetuó al dinosaurio perpetuo en el cuento más cuento de todos los cuentos, así Juan Ramón Jiménez hizo con la rosa en uno de los poemas más poema de todos los poemas: «¡No le toques ya más, / que así es la rosa!»

Pero la perfección de la rosa, marchitándose, caduca. Lo advierte Luisa Pastor en el título del poemario «Las rosas terminan». Certidumbre tajante que abre caminos hacia la incertidumbre porque la autora no nos deja apuntalar los pies sobre lo plácido, removiéndonos con fuerza telúrica cualquier atisbo de sosiego. No nos deja respirar porque se rebela, desde el principio, contra la rosa perfecta juanramoniana. «No canto a la rosa de talle erguido» –dice– sino a la que nos queda, si acaso, en la fragancia confundida con nosotros. Sensación de un todo pretérito imperfecto sumando desasosiego al desasosiego. Sírvanos el poema «El impermeable azul» donde lo intuido como nana tierna deriva en vigilia agorera. Zozobra constante en este poemario que hemos disfrutado por su belleza como sufrido por su contundencia. La de unos poemas que punzan contra seguridades. Descubriéndonos la fragilidad que somos. Porque no hay nada perfecto, ni siquiera esas preciosas casas que bien cobijan, porque les falta, a saber, una terraza donde tender una sábana limpia. Léase «Medianoche azul en la cola del gato».

Abusando de la confianza que da la amistad, alguna factura reclamaremos a la autora por los gastos en suturar las heridas provocadas por los dardos de realidad camuflada en hermosos versos. —¡Es la realidad, estúpido! —parece decirnos Pastor verso a verso cuando ingenuamente nos acercamos a la poesía buscando beldades antes que verdades. Y la verdad es que si hay algún motivo para la alegría, se frustra contrarrestado por las caducidades de la realidad. De esa misma realidad que nos proporciona la felicidad. Fugaz.

El sugestivo poemario, introducido por Manuel García e ilustrado por Pepe Aledo, inaugura excelentemente el proyecto editorial de Auralaria. En el poema «Los ríos no desaparecen», la voz se salva; aun muriendo en una corriente fluvial que no cesa. Así sea, Auralaria Ediciones, continua corriente de voces.

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