Opinión: La educación que no educa

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Por Cecilia Espinosa Ballester

Señor Director:

Como madre y educadora observo con preocupación el rumbo que está tomando nuestra escuela pública. Lo que ocurre en el IES Gabriel Miró de Orihuela es un ejemplo claro: alumnos de 1º y 2º de ESO retenidos más de una hora en las aulas, sin comer, agotados y soportando temperaturas extremas, mientras ven marchar a sus compañeros. Muchos no llegan a casa hasta pasadas las cuatro de la tarde, tras cargar todo el día con mochilas repletas de libros.

¿Qué les enseñamos con estas prácticas? A callar, a soportar condiciones inhumanas, a aceptar sin protestar que «esto es lo que hay». No se fomenta el aprendizaje, sino la resignación. La escuela se convierte en un espacio de desgaste emocional y físico, un terreno abonado para la desmotivación y el fracaso.

Si añadimos baños cerrados, un trato desconfiado hacia el alumnado y una organización que ignora sus necesidades básicas, el resultado es demoledor: un instituto que se parece más a una cárcel que a un lugar de crecimiento. Tristemente, hoy los presos viven en mejores condiciones que muchos de nuestros estudiantes.

La educación debería formar ciudadanos libres, críticos y responsables. Sin embargo, lo que presenciamos es un sistema que entrena en la obediencia ciega, en la frustración y en la pérdida de dignidad.

La verdadera pregunta es: ¿qué sociedad queremos construir a partir de una educación que, en lugar de educar, reprime y desalienta?