Empate

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Mateo Marco Amorós / A Cara Descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

Si apreciamos la geografía y en el cedazo de la historia nos quedamos con lo común y fructífero, el tres tres entre España y Portugal del otro día en el mundial de Rusia, es un acertado empate. Nadie desea que pierdan los suyos. Y aquí, nadie, es Iberia.

El diez de marzo de 2009 contaba el portugués José Saramago en su blog que comenzando el periplo que luego le dio para su «Viaje a Portugal» recuerda «haber parado en medio del puente que une las dos márgenes del río, de un lado Douro, del otro Duero, y haber buscado en vano, o fingir que buscaba, la línea de frontera que, pareciendo separar, al final une los dos países.» La experiencia del viajero Saramago apela al Iberismo. Su novela «La balsa de piedra», publicada en 1986, ya nos pareció un canto reivindicativo de lo ibérico. Una metáfora de unos territorios prójimos separándose físicamente de un continente. Desplazándose juntos a la deriva. Reivindicando, en la derrota, una unidad cultural. Una identidad común. Novela publicada, sí, en 1986. El mismo año en el que España y Portugal entraban en la Unión Europea, entonces Comunidad Económica Europea o Mercado Común Europeo.

Cuando hemos viajado a Portugal y hemos cruzado –e incluso navegado– sobre el Duero, tampoco hemos apreciado ninguna linde. Más al contrario, hemos sentido familiares las dos orillas. Luego, pasando un tiempo en el país, tampoco uno encuentra distancia u obstáculo en la lengua, tan parecida a las nuestras compartiendo, salvo el euskera, su origen románico. A lo peor, los ambiciosos horizontes atlánticos y africanos, tanto de Portugal como de España, nos han distorsionado la vista, extraviándonos la mirada más cercana. Alejándonos la percepción de lo más próximo. Algo así como dice el papa Francisco que nos sucede ahora con los móviles. Que acercándonos a quienes están lejos, nos apartan de quienes tenemos al lado.

Si Portugal y España unidos fueran Iberia, federal o no federal, sería feliz. Península amazacotada que comparte ríos, montes, climas, lenguas y anhelos. Ese tres tres, ese empate, está muy bien. Iberia no desea que pierdan los suyos.

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