Las mías de Asfalto

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imagen de Joaquín Marín
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Por Mateo Marco Amorós

Que me pregunten por algo que he comentado en una de mis columnas es satisfacción. Porque quiere decir que alguien, al menos esa persona, ha atendido y le ha importado lo dicho. Sí, resulta gratificante saberse escuchado. Uno dice para los demás y agradece que le escuchen. Esto manteniendo a raya toda inmodestia narcisista. Porque sin duda hay cosas mucho más importantes e interesantes –y mejor dichas– más allá de las que uno dice, más allá de las preocupaciones propias pero…

Pero resulta que cuando comenté lo de «La hora de los perros» dije que no era, de las de Asfalto, una de mis canciones preferidas, provocando que una persona me preguntara por las canciones que más me gustan de ese grupo. Así que respondo. Respondo y digo que sobre todo tres, tres canciones: «Rocinante», «Días de escuela» y «En nombre de la moral». Las dos primeras del álbum «Asfalto»; la otra, del titulado «¡¡Ahora!!», donde «La hora de los perros».

«Rocinante», melodiosa, es melancolía pura; la melancólica tristeza que producen los cambios sociales o personales cuando el devenir sustituye nuestros sueños por el pragmatismo; cuando el sistema, venciéndonos, convierte nuestras ilusiones en utopía. Canción triste pero con una estrofa final invitándonos a la esperanza. «Días de escuela» resulta un cuadro patrio –años sesenta– de aquella pedagogía de la letra con sangre entra. Aulas con crucifijo y «ciertos retratos», «gloriosos himnos pesados», «catecismo»… Y recreos donde «la leche en polvo y el queso americano», «cromos», «tacón»… Retrato antropológico de una España en blanco y negro, gris. Pero la canción también se despide con optimismo, afirmando que contra más represión más deseo de emanciparse, instándonos a enseñar a nuestros hijos a amar la libertad. «En nombre de la moral» es un canto tierno de lamento y autorreproche; rebelde contra la ética castrante, contra la pesadumbre del todo-pecado.

Dichosos aquellos tiempos en los que me entretenía escuchando música, la funda del disco en las manos, apreciando su inspirado diseño y en su caso siguiendo las letras de las canciones. Letras que nos invitaban a pensar, como esas de las mías de Asfalto.