Sol naciente

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Mateo Marco Amorós / A cara descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

Estamos en 1874. Quince de abril. Entonces miércoles. Y estamos en París. Boulevard des Capucines, número 35. Estamos en un salón cedido por el fotógrafo Nadar, Gaspard-Félix Tournachon. Asistimos a la inauguración de la primera exposición organizada por la Sociedad Anónima de Pintores, Grabadores y Escultores. Exponen obras treinta artistas y entre las obras expuestas nos llama la atención un cuadro.

Óleo sobre lienzo, las pinceladas son sueltas y pastosas. Plasman lo nebuloso del amanecer en un puerto. Ausentes las líneas, entre la bruma matinal y húmeda se aprecian en diagonal tres pequeñas barcas de remos. La primera más nítida, las otras difuminándose hacia el fondo. Un fondo brumoso donde se atisban chimeneas humeantes y barcos mercantes. Mar y cielo fundidos en frío y humedades. Contrasta un punto cálido. Anaranjado como una naranja muy naranja. De sangre. Es el sol. Un sol naciente. Redondo. Un sol que se refleja sobre el agua. Que imprime sobre el agua su luz de amanecer. Agua marina y calma de puerto. Casi muerta. Suaves ondulaciones vibran como escamas. Bajo, a la izquierda, una firma y un número: Claude Monet, 72. El título del cuadro, «Impresión, sol naciente», concreta la instantánea captada –dicen– en el puerto de Le Havre. El pintor pretendió eso: captar el instante; entonces, ese momento en el que el sol naciente labra un camino de luz sobre el mar.

La exposición en general resulta un escándalo. La actitud de los artistas «rechazados» viene siendo manifiesto contra el arte académico que se expone en salones oficiales. Para estos artistas el paisaje al aire libre, el pintar «en plein air», el liberarse de los trazos previos serán fundamentos para su arte.

Días más tarde, en la revista «Le Charivari», el crítico Louis Leroy, también grabador y pintor, trata despectivamente a los artistas. Aprovechando el cuadro de Monet titula su artículo «La exhibición de los impresionistas» e ironiza en torno al término «impresión». Sin embargo, a los rebeldes les gustó eso de «impresionistas». Leroy había bautizado al movimiento. Y eso que antes en Inglaterra había sido Turner. «Incendio del Parlamento»… «Lluvia, vapor y velocidad»…

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