Vaciando el aire de las caracolas…LVI

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Umbráculo

Umbráculo

Mateo Marco Amorós
 

Bajo la apariencia de ramajes, bajo el uso exquisito del lenguaje a máxima potencia, la poesía parece naturaleza salvaje, caballo desbocado, fronda, espesura, ser difícil de aprehender, pero también es protección –umbráculo– y, en el caso que nos ocupa, prevención. Aviso a navegantes. El caso que nos ocupa es el libro «Sin lugar seguro» de José Luis Zerón Huguet.

Y diríamos que es un libro hermoso porque lo es. Pero cómo elogiar la tristeza, la desesperanza, la casi imposible memoria, la desconfianza, la continua alerta, el atosigamiento… Cómo elogiar lo que sólo encuentra sosiego en la resignación resignada –permítasenos la redundancia– ante la realidad hostil. Quizás porque sólo nos queda ese remedio –redundamos otra vez– sin remedio. Cómo elogiar un libro que nos ha hecho llorar. El propio título fatiga porque alimenta la desesperanza. Y los versos… Muchos versos son un no confíes –nolite confidere– para evitar los muy posibles desengaños: «La maravilla destella en quien se maravilla / y esconde ladina sus venenos / en el abismo del cenit.»

Ocasionalmente el poeta nos conforta y nos deja respirar, porque de otra forma nos ahogaríamos en la realidad. Sintiendo el arrastre violento de los versos, le escribí a Zerón diciéndole que su libro me había parecido tsunami. Le escribí desportillado por el embate de las desesperanzas. El poeta conoce perfectamente la luz, los sonidos y olores amables en la aurora, pero como por experiencia no se fía nos advierte para que no nos tropecemos con la desilusión. Es duro y, encima, para jodernos más, lo canta hermoso. La belleza redunda en la tristeza. Leo y lloro. Lloro y leo.

Y tendremos que decirle al poeta que su dolor nos ha gustado. Sal en la herida. Que su dolor nos ha traído nuestro dolor. Que ha escrito un libro triste. Que nos ha dejado «sin lugar seguro»; sin pasado porque lo enterramos; sin memoria porque es falaz; no sin alegrías, acaso de madrugada, pero fugaces como el propio amanecer y posiblemente engañosas. Ni siquiera la mitología aludida es amable. Y encima el libro es hermoso. Ilustrado por Pepe Aledo. Intenso. Belleza en la desolación, como esa chatarra que consuela. Un librocáliz que queriéndolo apartar hemos consumido, por sus bellezas, hasta las heces, resultando amargo placer. Buscaremos a Zerón para que nos compense con la dulzura de su amistad, sabia en literaturas y vida. Y beber «en las aguas quietas del afecto».

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