Verso del pueblo

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Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos… 

En el número de abril de LA AVENTURA DE LA HISTORIA, el catedrático Jorge Urrutia dedica un artículo a Miguel Hernández: «Miguel Hernández, el verso del pueblo». En él destaca aspectos que redundan en particularidades del poeta oriolano. Entre ellas su carácter apasionado para todo lo que le ocupó: poesía, amor, guerra… Así lo confirman algunos hernandianos diciéndonos que cuando Miguel Hernández creyó, creyó. Y que cuando descreyó, descreyó. Que cuando optaba por algo se metía de hoz y coz. A muerte. Hasta su muerte.

Urrutia señala también un aspecto importante para la creación poética: el descubrir que «la vida del poeta debe entrar en el poema como experiencia, no como biografía.» Y Hernández quiso de sus experiencias en la vida, poesía. Sabemos que en muchos de sus poemas está su biografía, su intensa biografía, pero también que lo particular vivido trasciende hacia lo universal. Por ejemplo, la «sangre de cebolla» que mama su hijo es el hambre que maman otros pobres del mundo. O las «abarcas desiertas», vacías de regalos en la mañana de Reyes, son las esparteñas vacías de los desarrapados, de los niños hasta sin esparteñas, niños descalzos sin siquiera «calzado cabrero».

También del artículo nos gusta la claridad con la que se precisa el sentido de la Guerra Civil para Miguel Hernández. El poeta la vivió como lucha de clases. Más allá de la defensa de la República. Al cabo, también lo dice Urrutia, la vida de Hernández derivó en una vida donde la lucha no era lucha partidista sino lucha de clase. Varios poemas de Hernández, argumenta el estudioso, «muestran que no habla de teoría política, sino del hambre y del abandono.»

El artículo viene ilustrado con la portada del libro «El hombre acecha», una carta manuscrita de Luis Almarcha, el documento de conmutación de la pena de muerte por treinta años de cárcel, el manuscrito del poema dedicado a Matilde Landa, una fotografía de Hernández en la Guerra Civil junto a tres milicianos, dos fotos de la casa-museo (entrada y cocina) y la célebre fotografía de Hernández leyendo en la plaza de Ramón Sijé.

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