La llegada de las notas

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Ponte a estudiar, haz los deberes, has vuelto a suspender, recoge tu habitación, dúchate, cepíllate los dientes, recoge el baño, saca al perro, pon la mesa para comer, recoge tu plato, lleva la ropa al cesto, siéntate bien, déjate el móvil, apaga la tele, acuéstate ya, no vayas con éste, no salgas con el otro, esto no lo hagas, déjate aquello, te he dicho mil veces…, nunca me haces caso…, siempre haces lo mismo… La rutina de todos los días.

Sin embargo, ¿dónde dejamos, en comparación con lo anterior, los sentidos y profundos te quiero, los gracias por estar en mi vida, los me has cambiado la existencia, los estoy orgulloso de ti por lo qué eres no por lo que consigues, los eres muy importante para mí, los abrazos, los besos, los acostarte a su lado, los no te preocupes lo lograrás; los tú puedes conseguirlo, tómate el tiempo necesario; los adelante, otra vez será…? Eso que poco nos sale, ¿verdad? ¿La educación es látigo? ¿A ninguno de nosotros en nuestro trabajo nos gusta que nos feliciten? Que nos digan inténtalo de nuevo, conseguirás hacerlo como deseas.

Si contigo, el cariño, funcionaría, ¿Por qué corrigiendo con amor a tu hijo no será eficaz para él?

Nos quejamos de que nuestros hijos no nos escuchan, sin darnos cuenta de que eso no es cierto. ¿Cuántas veces tienen que escuchar lo mismo? No te das cuenta que aburrimos, si no me crees lee el principio del artículo solo 10 veces más y verás cómo acabaré diciéndote que no me lees lo suficiente…

Te has preguntado alguna vez qué le aportas a tu hijo realmente. No desde tu prisma, sino desde el suyo. El suyo no importa ¿verdad? Nosotros somos los que importamos, los que lo sabemos todo, los buenos guías, los que somos profundamente felices…, ¡por favor! ¿Has visto que mundo les estamos dejando? ¿Te das cuenta de los valores que estamos poniendo en los que mañana dirigirán el país (cualquiera de nuestros hijos o hijas serán los presidentes, banqueros, ministros, etc.)? ¿Qué les estamos enseñando? A sumar, para que se digan: “cuánto más tenga en mi cuenta bancaria mejor”, sin importar a quién le falta o a costa de qué lo he conseguido.

Estamos entrenados y entrenamos para ver los fallos, lo que no está a nuestro parecer bien. Si alguien hace mil cosas bien y una está mal, no lo felicitamos por las 999, le recriminamos la 1. Penalizamos los errores matando, con esa mala costumbre, la creatividad, la iniciativa, la capacidad de ser diferentes, etc… Educamos desde el miedo, no desde el amor. 

Cuando llegamos a la edad adulta nadie se atreve a hacer cosas por si se equivoca, muy pocos de nosotros nos salimos del tiesto por si nos reprimen, por si no encajamos en el grupo, aunque éste esté totalmente equivocado. De nuestra sumisión se han aprovechado los Hitler de todas las épocas. Gracias a promover estas conductas, van generaciones enteras a matarse a guerras absurdas que no traen más que sufrimiento y muerte inútil (la mayoría de nosotros no las comprendemos. Nos meten miedo y las aceptamos).

No nos damos cuenta que la semilla de toda esta mediocridad la plantamos con gestos pequeños. Como cuando llegan, nuestros queridos niños y niñas, con las notas del curso en la mano y NO nos vamos a mirar los aprobados lo primero, nos vamos a ver si hay algún suspenso. ¿Por qué?

Pongo sobre la mesa la propuesta absurda de experimentar algo nuevo: sustituyamos la bronca del te han quedado X, esfuérzate más, te vas a pasar el verano estudiando, vaya desastre, te voy a castigar… por el: Estoy orgulloso de ti, se que puedes conseguirlo, ¿qué puedo hacer para ayudarte?, no te preocupes un fallo lo tiene cualquiera, tus padres están aquí para apoyarte en lo que necesites; se trata de disfrutarlo, no de sufrirlo; creemos en ti cariño y si, de verdad, estudiar no es lo tuyo busca lo que te apasione y dedícate a ello. Porque lo importante es que seas feliz en lo que haces. Si haces de tu hobby tu trabajo, no trabajarás nunca…

Es muy fácil calificar a nuestros hijos, sin embargo ¿quién nos califica como padres, como profesores, como adultos? Nuestro día a día es una rutina exenta de las verdaderas necesidades que tiene nuestra descendencia. Nos preocupa lo que deseamos nosotros para ellos, no sus dotes, sus cualidades, sus pasiones, sus genialidades. Sí, seguro, tu hijo es un genio en algo, la verdadera educación es potenciar esa cualidad al máximo, no anularla por gilipolleces socialmente bien vistas.

La desconexión entre las personas y lo que hacemos es evidente, no sentimos pasión por lo que hacemos, incluso me atrevería a decir que muchos de nosotros somos padres sufridos. ¿Te imaginas no disfrutar de ser padre o madre? Pues imagínate del resto…

Definitivamente nos falta pasión para vivir, porque el que disfruta con algo si lo tiene que hacer gratis no le importa, su recompensa es simplemente hacerlo (no estoy diciendo que hay que trabajar gratis). El trabajo bien hecho siempre trae como efecto secundario, inevitablemente, el dinero que se necesita para vivir.

En fin, para nosotros lo importante son nuestros niños, sin embargo es lo que menos aprecian los mismos. Lo que ellos ven que nos importa es que venga todo aprobado, pues saben que con la misma nota los vamos a calificar como personas. Valen según los sobresalientes o suspensos que traigan.  “Mi hijo es bueno, lo ha aprobado todo con buenas notas”. Frase de cualquier padre o madre que ignora que apoya un sistema y una educación que “fabrica” personas que medirán su éxito según la cantidad de posesiones que puedan acumular, independiente de que para conseguirlos nos tengan que robar nuestras futuras pensiones…

Yo por mi parte, voy a felicitar a los que ven a sus hijos por encima de sus notas (que tienen su importancia, la justa), porque esas familias educan humanos, no productos. Son las que dejarán sin duda la mejor herencia para la humanidad, SUS HIJOS. Para mí esas familias son las que aprueban todas las asignaturas.

 

Feliz día

 

Autor del libro «De mayor… Quiero una familia como vosotros»
www.dejarhuella.org

 

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