¿Pelota o cinco euros? Me quedo con la pelota

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Mª del Carmen Portugal Bueno

La narración de mi hijo de once años sobre lo ocurrido en la celebración del amigo invisible en su clase me ha sorprendido. El regalo que más le ha llamado la atención es la entrega de una especie de tarjeta regalo para canjearlos en el juego de Fortnite. «Mamá, por lo menos diez han regalado cinco euros para gastarlos en Game». Su asombro y extrañeza es un signo de que le estoy educando bien.

El objetivo de celebrar el amigo invisible en una clase de menores de edad es salir de nuestro egoísmo y cavilar qué puedo regalar a mi compañero. Esta acción nos lleva a indagar sobre las aficiones, gustos o habilidades del amigo. En definitiva, nos ayuda a ocupar nuestro tiempo a pensar en otra persona que no sea nosotros mismos.

Pero también, mientras llega el día del amigo invisible se viven momentos de ilusión, de intriga, de operaciones detectivescas y de volver locos a unos padres que quieren compartir hasta las más pequeñas vivencias con su hijo en favor de su educación. Un cúmulo de emociones que culmina con un papel de regalo roto por encima del pupitre y no con un frío trozo de PVC canjeable por dinero.

«Es lo que les hace ilusión ahora. Están todos tontos con el Fortnite». Quizás, no digo yo lo contrario. Pero ¿desde cuándo dar dinero es regalar? Estamos inculcando a nuestros hijos que el dinero es un recurso para todo, hasta para las muestras de cariño hacia nuestros compañeros de clase.

Y la verdad, yo prefiero experimentar la alegría de mi hijo al enseñarme la pelota de baloncesto que le ha regalado su amiga invisible. Una emoción que no dan cinco euros en el bolsillo, ya sean de papel o de plástico.

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