Ser de la montaña

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Cuando aludimos al libro «Civilización pirenaica» de Ángel Ballarín Cornel –esa joya etnográfica que encontramos en Linás de Broto en la particular biblioteca del albergue El Último Bucardo– concluíamos afirmando que si el libro daba para mucho, no menos la biografía del autor, ser de la montaña.

El doce de octubre de 1889 nació en Benasque, en el corazón de los Pirineos, Ángel Ballarín. Habiendo estudiado Magisterio en Huesca, ejerció como maestro. Primero en Calatayud, luego en Benasque donde compaginó la docencia con el cargo de secretario municipal, plaza ganada por oposición. En el transcurso de la guerra civil–guerra incivil, concretamente en 1938, se exilió a Francia, residiendo en Burdeos como refugiado político. En la ciudad del Garona tras varios trabajos, entre ellos el de estibador, volvió a desempeñar la docencia en un instituto donde a pesar de los apoyos del director y de la Academia de Burdeos lo despidieron por «rojo», depuración propiciada por la diplomacia franquista en una Francia ocupada por los nazis y colaboracionista con las dictaduras de Franco y Hitler.

Como a tantos españoles, a Ballarín, huyendo de la represión en España, le sorprendió en Francia la ratonera totalitaria. Una Francia que trasmutó los campos de refugiados de españoles en campos de concentración. Víctima del exilio fue Ballarín; como otros españoles que retrató el profesor Juan Bautista Vilar en su libro «La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX». Libro de tristezas por revelar la triste constante de que en España parece que, los unos contra los otros, siempre sobran españoles. Siglos XIX, XX… Pero también antes.

En la Francia invadida por la Alemania nazi, Ballarín cumplió trabajos forzados en la base submarina de Burdeos. En la posguerra le ocuparán otros empleos, jubilándose a los setenta años para dedicarse en plenitud a estudios antropológicos y lingüísticos con el apoyo del catedrático Manuel Alvar. Así, suerte que nunca desdeñó de sus raíces pirenaicas, seguramente porque sintiendo como patria la montaña, siendo ser de la montaña no apreciaba fronteras políticas; contra todo tópico diferenciador entre vertientes. En 1981 murió en… Murió.

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