Una montaña infranqueable

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Otra vez el libro «La montaña y el arte» del geógrafo y montañero Eduardo Martínez de Pisón nos invita a la reflexión a partir de la experiencia del escalador Gary Hemming, alpinista californiano que inspiró el personaje Rand de la novela «Solo Faces» de James Salter, traducida al español como «En solitario». Hemming se hizo famoso en agosto de 1966 al rescatar a dos alpinistas alemanes atrapados en la cara oeste de las Drus alpinas, una vertiente considerada imposible de escalar hasta 1952.

No era la primera vez que Hemming participaba en un rescate. En 1961 había intervenido en la salvación de otros alpinistas en el Pilar Central de Frêney. El rescate de 1966, en compañía de François Guillot y René Desmaison, fue polémico por desobedecer las órdenes oficiales que aconsejaban bajar a los rescatados por la cara norte. El éxito de la «irresponsable» decisión de los rescatadores frente a la autoridad les hizo famosos, especialmente a Hemming que capitalizó gran parte del éxito. El éxito y muy posiblemente, los tres héroes, las envidias. Algunas biografías reseñan que Hemming tras una decepción amorosa regresó a los Estados Unidos.

En 1969, otro día de agosto, día seis, en el Parque Nacional Grand Teton, en el noroeste del estado de Wyoming, a orillas del lago Jenny, Hemming debió de encontrase con una montaña infranqueable. Ésta interior. El escalador aventurero se pegó un tiro. Treinta y cuatro años tenía. Anselin, periodista francés, lo había definido como un tren loco, segregador de raíles.

En ocasiones los desengaños en la vida resultan montañas infranqueables. Y ante el grano de arena, convertido en cumbre, nos hundimos. En estos tiempos preocupa el aumento de autolesiones e intentos de suicidio relevantes entre el público joven. Es lo que camuflamos bajo el concepto genérico de «salud mental» por miedo a concretar. Y esta realidad es dolor porque nos descubre la sociedad débil y pacata en la que vivimos. Débil por no soportar los golpes que da, viviéndola, la vida. Pacata por pensar que todo es camino de rosas, montes plenos de orégano. Y no. Porque también hay cumbres difíciles.

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