Yedra que agrieta los muros

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Al admirado profesor Luis Calero Morcuende

Tejados vencidos, pajares desventrados, pajares despanzurrados, yedra que agrieta los muros, pilas de piedras en callejas enlodadas, lámparas mortecinas sin protección, dinteles sin puertas, postigos desencuadernados, arcones de nogal, viejos arados, ganchos, escañiles, yugos llenos de polvo y telarañas… Fotografía de la España vaciada. La que en 1978 describió Miguel Delibes en «El disputado voto del señor Cayo». Una España moribunda que algunos descubren ahora como espontánea exposición etnográfica. El clamor de Teruel Existe en las últimas elecciones generales y anteayer el de otras agrupaciones particulares en las autonómicas de Castilla y León son eco de esa España anémica demográficamente, desnutrida en servicios y alternativas. Una España que se nos descascarilla.

Vaciándose la España vaciada perdemos mucho. El problema, como aventura Víctor Velasco, uno de los protagonistas en la novela de Delibes, será cuando nadie sepamos para qué sirve la flor del saúco. Cuando no sepamos su provecho y ni siquiera qué flor concreta es. El mismo Víctor personaliza nuestra ignorancia cuando confiesa que sabe que una cosa aleteando en el cielo es un pájaro; y un árbol otra cosa verde agarrada a la tierra pero… Pero desconoce/desconocemos sus nombres específicos. —No me preguntéis sus nombres —dirá. Por otro lado, Rafa, otro protagonista, además de personificar la misma ignorancia también es ejemplo de nuestra soberbia, considerando paletos a los campesinos.

Delibes fosilizó la España vaciada retratando unos espacios, unas gentes y un lenguaje riquísimos perdiéndose. También una manera de ser que, en parte, bien nos vendría recuperar. Redimidos por quien pretendemos redimir, las soluciones para la España vaciada puede ser que estén en ella misma, no en la urbana donde se nos llena la boca de ecologismos y proyectos alternativos sin estar dispuestos, por ejemplo, a ser cabreros o agricultores; sin estar dispuestos a coger un cayado o un legón. El señor Cayo, Cayo Fernández, refiere el caso de aquellos que en cooperativa juntaron trescientas ovejas. Pero ninguno quería ser pastor.

Por otro lado, no todo lo rural es bucólico. Ahí también caben violencias encalladas. Memoria embrutecida de venganzas y recelos. Sí, ahí donde aun siendo dos, puede sobrar uno.

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