Mateo Marco Amorós / A cara descubierta
Joaquín Marín / Fotografía
En noviembre de 2009, en la última sesión de la XXIV Semana Monográfica de la Educación, organizada por la Fundación Santillana, el filósofo Emilio Lledó, dirigiéndose a los docentes, sentenció: «Lo único que puede dar autoridad y prestigio a la profesión es el amor a lo que se enseña y el amor a los que se enseña.» Y fue frase celebrada entre maestros. Amor y amor, querencia, no se puede transmitir y contagiar aquello que no nos apasiona, como no se puede enseñar con dignidad si no hay respeto hacia quienes han de recibir conocimientos y destrezas.
Muchos años en la profesión, hemos visto un poco de todo, doliéndonos esa imagen que dicen del «profesor quemado», que sufre con resignación el impartir desde la rutina lecciones que le aburren; sintiendo como enemiga a combatir la tropa discente. Dios nos libre de este mal y nos conserve la fuerza de aquellos maestros que hasta el último día de clase, hasta su jubilación, han trabajado con la ilusión de quien siembra seguro de algún fruto. Siendo autoridad, no por fuerza ni ley, sino –recitando a Lledó– por «amor a lo que se enseña» y por «amor a los que se enseña». Así, por ejemplo, el maestro Francisco Ruiz Sáez, Paco Ruiz, don Paco.
Paco Ruiz, maestro en Bigastro, se ha jubilado. Yo lo siento. Bien lo sabe él. Porque él ha sido ejemplo de amor a su profesión y a sus alumnos. Porque él ha sido un buen ejemplo para nosotros. Y lo ha sido como Maestro. Escrito con mayúscula. Como «Maestro de los de antes». Esto es, maestros entregados por entero a su profesión. Con una vocación alimentada a diario por considerar a la Escuela fundamento de la sociedad. Como aquellos regeneracionistas a lo Joaquín Costa.
Cuando a finales del curso pasado presentamos el segundo número de la revista-anuario BARRO MH, publicación del Instituto Miguel Hernández de Bigastro, dijimos emocionados que «perdiendo la Enseñanza ‘maestros como los de antes’… Perdemos mucho.» Es por lo que siento con cierta melancolía la jubilación de Paco Ruiz. Desde la dulzura de su merecimiento.


