Destrozando el Colegio Santo Domingo

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Por Miguel Ángel Robles Martínez

No hace falta recordar a nadie que es la joya arquitectónica más importante que tenemos en el municipio, no sólo por ser el monumento nacional más grande de la Comunidad Valenciana, sino por la singularidad y belleza de su fábrica. Hasta aquí todos de acuerdo, espero.

Llevo años posponiendo este artículo, las quejas privadas no han dado fruto alguno, por diferentes razones, pero hoy he recibido una foto de la colección Sánchez Portas, que siempre emocionan, enviada por mi hermano y no he podido retenerme. Lo primero que llama la atención es que las obras realizadas en el entorno, desde cubrir la acequia a los edificios sociales o la nueva pavimentación, sólo han servido para desnaturalizar y degradar la imagen o el monumento en sí.

La nueva pavimentación en piedra gris dura contrasta con la calidez de la del colegio y el efecto es definitivamente pernicioso, sin embargo lo más grave es el alzado sobre el pavés anterior que achata indebidamente la fachada y le resta magnificencia y proporcionalidad. El enlosado elegido tiene otra propiedad negativa, aunque parezca contradictorio, y es que resulta más liso y practicable al eliminarse bordillos y otros obstáculos, dejando una superficie diáfana que pueden utilizar los niños para juegos de todo tipo. Y ahí está el problema. ¿Dónde, en que puedan jugar los niños? ¿No es usted, perdonen que me dé este trato tan respetuoso a mí mismo, partidario de una ciudad a la medida del niño, donde puedan jugar más y deambular por ella sin necesidad de la tutela de adultos? Pues sí, claro, ¿entonces?

El problema es que desde que se modificó, inadecuadamente, el pavimento, la puerta de la universidad, la que está junto a los restos de la de la Olma por donde entran los obispos, se ha convertido en la portería de fútbol de los chavales que, lógicamente, no entienden de obras de arte ni patrimonio. Cada día reciben sus basamentos, columnas y filigranas de piedra cientos de balonazos inocentes pero letales para su conservación. Estamos destruyendo esa maravillosa obra de Juan Pedro Codoñer, alegoría de la sabiduría, sin saber si al menos de esos juegos saldrá un Mesi.

Señora alcaldesa, poner unos maceteros o algún adorno u otra solución elegante que no choque con el flujo natural de alumnos de entrada y salida (si fuera necesario tampoco es una solución muy drástica, pues el colegio tiene puertas de sobra) bastaría para hacer que los niños se desplazasen y volvieran a utilizar las mochilas o los jerséis para ubicar al cancerbero, como toda la vida, en lugar de disparar contra esa hermosa portada. Confío en que valorará mi petición que está humildemente concebida en favor de la conservación de la riqueza patrimonial de Orihuela.

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