Dondequiera que vague el día

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Mateo Marco Amorós / A Cara descubierta

Joaquín Marín /Fotografía

«Dondequiera que vague el día / y la noche desmesurada, / nada os aflija, / nada os turbe.» Así termina el poema que bautiza el poemario de Ada Soriano publicado por Ars Poética en enero pasado. Un libro donde reverberan la luz intensa y la luz tenue. Luces y versos, intensos y dulces. Donde son muchas las imágenes sugerentes; iluminadas en plenitud por el sol, luz del día; o resplandecidas etéreas por la luna, luz de la noche que ampara sueños y desvelos.

Arranca el poemario con un bellísimo poema, titulado «Alumbramiento», que nos dibuja ese instante de sol naciente en el que el astro nos permite mirarlo cara a cara. Un instante en el que Ada Soriano evoca al contemporáneo Vladimir Kush. Pintor del surrealismo metafórico, se dice. Un sol que, quizás, queriendo ser visto perpetuamente no quisiera ser más allá del amanecer. Pero perpetuar ese momento resulta imposible y el sol, en otro instante, en otro poema titulado «Cae lento el sol», será inmortal y victorioso. Sol que se jacta. Sol pesado que cae, sol lento, sobre las uvas, sobre los pétalos; creando un cuadro impresionante que traza pinceladas impresionistas a lo Van Gogh.

Entre luces intensas y tenues, Ada Soriano desarrolla los versos, fundiéndose con la naturaleza porque somos «parte de una exposición / que brota de la tierra.» Fundiéndose con la montaña que devuelve, en eco, la voz: «donde mi nombre / clamor de roca.» Naturaleza que frente al morir del clásico de Manrique nos permite resucitar en una pertinacia cíclica «bajo la aparente quietud / de los astros». Y afirma la autora: «Pero aún puedo emerger / y tenderme sobre un manto / de corazones / y sumarme a la floración nocturna / de los nenúfares.» Pero si la naturaleza nos envuelve en sus regeneraciones, la ciudad –ciudad es civilización– nos engulle –»Mi ciudad es una ballena que engulle / (…) Mi ciudad es un animal hambriento. / A la intemperie.»

El libro se cierra con «Seis poemas delicados». Poemas dedicados. Si en todo el poemario hay una música muy íntima, en este anexo aún más. Sobre todo en el titulado «Nuevamente yo». Dedicado a José Luis Zerón.

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