Aprender jugando

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Mateo Marco Amorós / A cara descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

Cuando hace unas semanas tratamos sobre la cultura del esfuerzo no pretendíamos cuestionar la posibilidad de aprender jugando. Sí que solo fuera jugando el aprender. Sin ningún esfuerzo. Precisamente al hilo de aquel comentario que titulamos «Cultura del esfuerzo» un amigo nos escribió recordándonos El club de los poetas muertos. Película de 1989, dirigida por Peter Weir y protagonizada por Robin Williams. Una historia preciosa que valdrá la pena volver a ver. Pero en esa película no toda la pedagogía se basa en recitar versos al tiempo que se chuta un balón, logrando así que los alumnos estimen la literatura. La buena pedagogía del profesor John Keating también se basa en transmitir una pasión.

Si en su día apreciamos algunas asignaturas no fue porque nos las hicieran más o menos divertidas sino porque vibrábamos el vibrar entusiasmado de nuestro profesor, su contagiosa emoción mientras explicaba.

De cuando hablo no había TIC, ni aplicaciones interactivas, ni… Acaso filminas –que así llamábamos a las diapositivas– y de vez en cuando algunas fotocopias a multicopista cuya elaboración rozaba en ciertos casos lo artesanal. Y libros, benditos libros de texto en los que se explicaban bien las cosas, no telegráficamente sino con un discurso cultivado. Entonces era, sobre todo, la palabra bien dicha. Y la persuasión de los gestos bien administrados. La ocurrencia. La atención amable y educada y… Y, ya lo hemos dicho, la pasión por la materia que se exponía. Palabras y gestos enamorados al servicio de las cuestiones a explicar. Y nos divertíamos, claro que nos divertíamos. Porque era puro deleite. Y se nos exigía un esfuerzo que pretendíamos corresponder por todo lo delicioso recibido. Eran lecciones magistrales. Algunos desagradecidos se refieren con desdén a las lecciones magistrales. Nosotros las estimábamos porque nos entretenían.

En los tiempos de la Universidad, cuando alguna huelga, siempre solía aparecer entre las reivindicaciones el NO A LAS LECCIONES MAGISTRALES. Nosotros, acordándonos de quienes nos enseñaron y nos enseñaban con lecciones magistrales en los colegios, en el Instituto, en la Universidad, decíamos: OJALÁ LAS LECCIONES MAGISTRALES. Pero acaso éramos unos estúpidos románticos: ¡Oh capitán, mi capitán!

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