Libro que nos desbrava

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros

Joaquín Marín / Fotografía

A finales de septiembre será mi cumpleaños. Si Dios quiere, cincuenta y ocho. Para quienes conocen mis obsesiones y penas será como volver a nacer, muy agradecido. Espero y deseo que sea por muchos años, aun soportando la puya de una evidencia que desde hace tiempo nos atosiga y es razón por la que nos gustaría vivir muchos años más, rejón doloroso: la certeza de que aun viviendo –si el buen Dios lo permitiera– tantos años como Matusalén, no poder leer todo lo que quisiera leer, ni gozar de la música que pudiera gozar. Razones para vivir junto con las de viajar y disfrutar de la familia y amigos.

El año pasado, de la mano de mis cuñados recibí un precioso regalo. De los que más me gustan, un libro: «El infinito en un junco», de Irene Vallejo. Desde entonces vibraba en la pila de libros pendientes. Había oído hablar mieles de esta obra. Reseñas diversas la recomendaban. Tarde o temprano había que hincarle los… los ojos.

Nuestro trabajo y quehaceres diversos, exigiendo otras lecturas, habían pospuesto la de este libro deseado. Mi compañera María Dolores Rodríguez, profesora de Filosofía en el IES Paco Ruiz de Bigastro, un día y otro insistía con argumentos: ¿lo has empezado ya? Dando por hecho que nos gustaría mucho. Como está siendo. Porque por fin, con el horizonte del verano y pudiendo administrar el tiempo más a nuestro antojo, comenzamos su lectura para ratificar los motivos que justifican la buena fama de la obra.

Juan José Millás en EL PAÍS dijo que era uno de «esos libros que te desbravan». Falta nos hace el desbravarnos en estos tiempos de crispación y cabreos. Desasosiegos motivados por circunstancias incómodas cuya gestión, a quien corresponda, resulta mejorable en muchos sentidos. Pero como hemos venido a hablar del libro, no nos distraiga la coyuntura. El libro arranca en torno a Alejandría. Donde el faro, maravilla del mundo, iluminó el Mediterráneo. Y su biblioteca las mentes de generaciones y generaciones gracias a que el infinito cabe en un junco. Materia prima para escribir, negro sobre blanco, contra el olvido.

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