Anatomía de la melancolía: Bunge y la jubilación

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Por Mateo Marco Amorós

Fotografía de Joaquín Marín

A la compañera María Ángeles Boix Ballester

Un jueves, once de octubre de 1990, bajo la sección «Grandes firmas» publicaba INFORMACIÓN un artículo de Mario Bunge titulado «¡Que se jubilen otros!» El título coincidía con la conclusión del escrito que terminaba con esta rotunda afirmación: «(…) puesto que jubilarse es suicidarse, en lo que a mí respecta, ¡que se jubilen otros!»

El artículo era un canto a la ocupación considerando que jubilarse suponía una plena inactividad, un «condenarse a una vida aburrida». Es por lo que entre otros supuestos el filósofo juzgaba degradante la jubilación temprana, salvo en la circunstancia de «empleos fatigosos, embrutecedores o peligrosos». Si entre esos oficios duros estaba el de picar piedras, pastorear ovejas o fregar pisos; no cabía el de enseñar, que lo situaba junto a aquellos en los que según el autor se tenía la oportunidad de seguir, por tiempo, siendo útiles: investigar, diseñar, escribir, curar o administrar, además del ya dicho de enseñar.

Enseñar. Oficio que si no fatiga, sí erosiona. Sobre todo cuando la legislación educativa, cambiante en exceso, desorienta al personal mediante propuestas que vienen priorizando el cómo sobre el qué, el método sobre el contenido. Todo importa, pero ya hay voces preocupadas que denuncian ese desnudar de saberes la tarea docente. Porque sin saberes no cabe discernimiento crítico. Además de la burocratización del profesorado, papeleo infructuoso –informes, programaciones infinitas…– que roba tiempo a la preparación útil de las clases y corrección de ejercicios del alumnado.

Volviendo a Bunge, en realidad su artículo derivaba y profundizaba en una reivindicación del trabajo productivo a cualquier edad frente al improductivo a cualquier edad. Si no le faltaba algo de razón en su queja contra la desocupación involuntaria y contra la jubilación forzosa acusándolas de discriminatorias contra el derecho al trabajo, sí erraba para nosotros al criticar la jubilación voluntaria. Porque una jubilación voluntaria no implica el no hacer nada. En muchos casos supone lo contrario. Porque uno, jubilado, aprovechando algunos de los quehaceres que citaba Bunge como interesantes, puede seguir enseñando, investigando, diseñando, escribiendo y hasta sin ser médico curando, curando almas. Y por supuesto administrando. Administrando, sobre todo, su tiempo.

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