Todos los imbéciles

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A cara descubierta/ Mateo Marco Amorós

Fotografía / Joaquín Marín

Posiblemente el tal Thompson de Sunderland haya conseguido lo que no merecía conseguir: Pasar a la historia. Aunque sea como idiota. Y es que resulta que un tal Thompson de Sunderland escribió su nombre en la columna de Pompeyo en Alejandría. Nos lo cuenta el escritor Flaubert de cuando su viaje a Egipto. Lo leemos en «El arte de viajar. Cómo ser más feliz viajando» de Alain de Botton (Taurus, Madrid, 2002). Un libro muy recomendable.

A finales de octubre de 1849, dos jóvenes franceses parten de París hacia Marsella. Desde Marsella, tras una tormentosa travesía llegan, a mediados de noviembre, al puerto de Alejandría. Aún no han desembarcado y todos los sentidos se abren para absorber lo percibido. Escribe Flaubert a su madre: «Cuando estuvimos a dos horas de la costa de Egipto, subí a proa con el timonero jefe y divisé el palacio de Abbas Pachá, como una cúpula negra sobre el azul del mar. El sol picaba fuerte. Percibí el Oriente a través de, o más bien en, una gran luz de plata derretida sobre el mar. Muy pronto se dibujó la costa, […].» Esto desde el barco, porque al desembarcar… ¡El tráfago! Una borrachera de imágenes, ruidos y colores. Concreta Flaubert: «Al desembarcar se armó el estruendo más atronador, negros, negras, camellos, turbantes, bastonazos propinados a izquierda y derecha con entonaciones guturales que desgarraban los oídos. Me pegué un atracón de colores, como un asno que se atiborra de avena.»

Atraído por el caos, le sedujo el exotismo. Pero entre múltiples sensaciones placenteras, no pudo esquivar la estupidez al encontrarse con aquel nombre en la columna. Afirma: «La idiotez es algo inquebrantable; […]. Un tal Thompson, de Sunderland, ha escrito su nombre en Alejandría sobre la columna de Pompeyo, con letras de seis pies de altura. Lo puedes leer a un cuarto de legua de distancia. No hay manera de ver la columna sin ver el nombre de Thompson, […]. Ese cretino se ha incorporado al monumento y se perpetúa con él. […] Todos los imbéciles son más o menos unos Thompson de Sunderland.»

Pues eso. Todos, letras grandes o pequeñas, lo son.

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