Una de zombis

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Como decíamos ayer, las distopías presentan un porvenir poco halagüeño. Lo peor es que a uno, conociendo los argumentos, se le quitan las ganas de vivir más años si lo que viene es como suponen. Sobre todo cuando algunos de los nefastos supuestos que imaginan esos mundos futuros se entrevén en el presente.

Tenemos como libro de cabecera el «1984» de Orwell preocupándonos en el día a día sentir en el cogote el aliento de algún Gran Hermano, como las triquiñuelas mentirosas de los ministerios de la Verdad. También, acordándonos de «Un mundo feliz» de Aldous Huxley, sentimos los efectos de los muchos «somas» que nos inyectan con el objeto de controlar nuestros sentimientos y borrar cualquier melancolía que nos incitara a desear un mundo mejor que cualquiera de los mundos «felices» que nos ofrecen.

Cuando a finales de septiembre disfrutamos en Librería Códex de Orihuela de la presentación de «El que mira», poemario de Rafael Camarasa, Premio Ciudad de Burgos editado por Visor, se nos quedó pendiente retrucar una reflexión del poeta al comentario del poema «Caminantes», poesía que arranca con una situación de zapeo, de esas ocasiones en las que uno cambia de canal en canal buscando algo que le relaje porque… «Está tan derrotado que hasta la inocencia / hoy podría causarle dolor». Al sujeto del poema le alivia una serie de zombis. Es lo que buscaba. Rafael Camarasa comentó que las historias de zombis le relajan porque como glosa en la última estrofa: «Qué placer (…) / ese terror que no es horror / porque no puede suceder en la vida».

Sí. Está claro. Se trata de ficción. Pero en el día a día vemos zombis, autómatas en busca del soma, muertos vivientes que aun conservando dentro de su cuerpo las vísceras, sus ojos amenazan abandonar las órbitas; gente nada dueña de sí misma, perdida y torpe la mirada, extraviada, lastimoso el decir, cadáveres vivos en ocasiones violentos. Esto y nosotros, deshumanizados, convertidos en accesorio de un teléfono móvil, en… Hubo un tiempo en el que la expresión «personas humanas» nos parecía un absurdo epíteto. Ahora, meros caminantes, no tanto.

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