Anatomía de la melancolía: Sobre la transición

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Por Mateo Marco Amorós

Fotografía de Joaquín Marín

Hace años una exalumna nos solicitó para que respondiéramos a una encuesta sobre la Transición. Algunas preguntas inquirían sobre la pervivencia o no del Franquismo, invitándonos a reflexionar sobre si el nudo de la dictadura estaba ciertamente bien atado o no; si aquello del «atado y bien atado» fue más quimera del Caudillo que realidad.

Evidente era que en lo político (Ley para la Reforma Política, la del haraquiri; referéndum, elecciones, Constitución…) el nudo no era. O si era estaba desatándose. Pero por otro lado respondimos que observábamos algunos lastres del pasado dictatorial, y anteriores, que nos preocupaban. Esto, viendo la actitud viciada de algunos dirigentes políticos que consideraban su poder como supremacía y no como responsabilidad de servicio. Perversión que se nutría de otro lastre, el de una ciudadanía pacata que todavía se acercaba al poder pidiendo favor antes que derecho. «Gracia que espera merecer» decíamos antiguamente en las instancias. Gracia. Perversión que alimentada por el ciudadano, cebaba la vanidad del político.

Impelidos por aquella preocupación y otras, ya habíamos escrito algún artículo sobre las lacras del Régimen: abuso de autoridad, sumisión al poder y apropiación de determinados símbolos y sentimientos que debían formar parte del patrimonio común de cualquier ciudadano español fuera cual fuera su ideología. Suerte que otros ciudadanos, con el respeto pertinente, ya se dirigían a las instituciones solicitando, instando y exigiendo derecho; lejos de aquello del «cómo va lo mío», gasolina para el engreimiento manifiesto en expresiones como: «usted no sabe con quién está hablando».

Malo cuando antes que un servidor público vemos un pavo real. El comprensible orgullo por representar a la ciudadanía, precisamente por haber sido elegido por esa ciudadanía, no da derecho a mirar por encima del hombro a los demás, sino a sentir como honor, pero también con peso, la responsabilidad de ser útil a la comunidad. Por esto, ¡cuánto nos gusta lo de «Servus servorum Dei» (Siervo de los siervos de Dios) que blasonan los papas! Máxima que compromete a mayor poder, mayor servicio. Si más poder, más entrega. Pero algunos políticos –entiéndasenos– parece que no comulgan con la Iglesia.

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