Más sobre el futuro

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros

Joaquín Marín / Ilustración

Viajábamos la semana pasada al futuro 2440 de la mano de Mercier, aprovechando el artículo que la catedrática María Luisa Sánchez-Mejía había publicado en LA AVENTURA DE LA HISTORIA –ejemplar de febrero de 2021– sobre la novela del francés. Y nos despedíamos advirtiendo que quedándosenos en el tintero algunos aspectos que nos importan continuaríamos hoy. También, al principio, que algunas cosas que el escritor atisbó ya son y otras mejor que no sean.

Por profesión, entre lo que nos importa está la Enseñanza. Al respecto, para el año 2440 habla Mercier de una institución denominada Colegio de las Cuatro Naciones donde se imparten clases en inglés, italiano, alemán y español. Enseñanza plurilingüe. Lenguas que permiten la comunicación entre los hombres de todo el mundo. Por otro lado, el Latín y el Griego desaparecen del currículo. También la Historia y la Metafísica. La Historia por ser compendio «de las crueldades humanas, escuela de despotismo y ciencia inútil de las genealogías». La Metafísica por considerarla «cuna de galimatías incomprensibles para tortura de jóvenes estudiantes». En este mundo renovado interesa principalmente la Ciencia. Mundo renovado en el que las Universidades desaparecen. Desde la perspectiva de Mercier no eran más que lugar donde doctores egocéntricos discutían inutilidades. Finalmente, en el ámbito de la cultura, en esa sociedad existe una selectiva purga de libros considerados no edificantes. Quemando unos, censurando en parte otros.

Vislumbrado lo vislumbrado, para 2440 en algunos aspectos se aventura un atractivo porvenir. Sobre todo en el marco urbano. Otras cuestiones preocupan. Algo de lo positivo y negativo de para entonces ya hemos adelantado en nuestros tiempos. De lo bueno, el afán por hacer nuestras ciudades y sociedad más habitables. De lo malo, la marginación de las Humanidades en la Enseñanza. Y para ese futuro… Para ese futuro esperamos que no sea lo de la criba de libros. Que voluntarios para decirnos lo que es bueno o es malo no faltan. Y claro, para evitar malas ideas que pudieran derivarse de alguna lectura, hoguera o censura.

Por cierto, en la España de Carlos III, mediante real cédula, se prohibió la obra de Mercier. Y públicamente fue quemada.

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