Reloj

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Mateo Marco Amorós / A Cara Descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

En Praga, en el puente de Carlos, un mendigo arrodillado, apoyando sus codos en el suelo, el cuerpo extendido, hurga el futuro entre los adoquines. Ni siquiera levanta la vista cuando algún turista deja caer unas coronas en el bote petitorio. Sabe que hace tiempo que el reloj de la ciudad vieja está parado. Y esto no augura bondades.

Javier Carrión, en la revista «Viajar» de julio pasado, cuenta del reloj que: «Si se para, lo mismo le sucede a los checos; si se rompe, vendrá un mal año con toda seguridad; si alguien lo menosprecia o lo trata sin respeto, será castigado…» Otra leyenda –también la recoge Carrión– dice que cada veintiuno de junio los espíritus de veintisiete ejecutados en 1621, vuelven a Praga para controlar que todo –nación, ciudad y reloj– se encuentran en perfecto estado. Si algo no funciona, los espíritus se marchan cabizbajos por las calles de la ciudad vieja. Entonces imagino que los mendigos que vemos, cabizbajos, son encarnación de estos espíritus. Multiplicados. Porque los mendigos son más que veintisiete.

En agosto, el reloj parado, hemos visto deambular por Praga muchos espíritus tristes. El lúpulo que se usa para la cerveza es amargo. Sobre todo en Pilsen donde cierta amargura la caracteriza. En la Praga de los turistas cuesta lo mismo un vaso de leche que medio litro de cerveza bien servida en jarra o vaso de cristal. Los espíritus cabizbajos desayunan cerveza. Desayunan, almuerzan, comen, meriendan y cenan cerveza. Amarga.

Las maravillas de la ciudad no eclipsan los estragos del alcohol. El reloj parado ha detenido la urbe. Por un lado, sí, el dinamismo del turismo consumista y la economía capitalista que pelean por la modernidad. Con honradez, pero también con sus miserias. Por otro, una sociedad anquilosada, hastiada por los totalitarismos religiosos y políticos de su historia. Religiosos por una Contrarreforma rotunda que convirtió en templo la ciudad saturando de santos, vírgenes y cristos los pretiles del famoso puente, las azoteas y fachadas de los edificios. Cualquier rincón. Totalitarismos políticos, el nazismo primero y, después, la dictadura del proletariado. Todo kafkiano donde Kafka.

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