Masacre

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

En el cuadro, óleo sobre lienzo, a pesar de su gran tamaño –cuatro metros y pico de alto por poco más de tres y medio de ancho– no cabe ningún héroe. Esto si no es suficiente heroicidad soportar una guerra. Sí se aprecian víctimas amontonadas, amasijo de cuerpos moribundos y muertos, también cuerpos heridos, derrotados todos. Un niño parece querer volver al vientre de la madre.

Figuras en escorzo catapultan la barbarie. Otras, personajes que miran hacia un no se sabe dónde, como huyendo de la tragedia a sus pies, como buscando una explicación fuera del escenario de muerte, nos preguntan. Los agresores, presentes en el cuadro, muestran una actitud de verdugos indolentes ya sea ante la solicitud de piedad, ya rematando a las víctimas. Es la crueldad bajo un amplio cielo y vasto horizonte salpicados en nebulosa de más escena y escenarios del exterminio. El exotismo oriental, tantas veces sugestivo en tantas pinturas, si acaso se aprecia no modera la desolación.

El cuadro que nos atosiga lo pintó Delacroix a partir de lo sucedido hace doscientos años en la isla de Quíos cuando la guerra de independencia de los griegos contra el dominio turco. Y ahí están en coctelera los elementos de cualquier guerra. Porque en las guerras cambia la tramoya y los artilugios. Lo demás es lo de siempre: crueldad, criaturas huérfanas, sangre, muertos, cuerpos mutilados y… Y heridas difíciles de cerrar, ascuas de la hoguera violenta que alimentarán tarde o temprano otros fuegos. Porque siempre hay alguien dispuesto a coger el baleo y avivar los rescoldos de la historia. Para Delacroix la historia, toda la historia del mundo, es un drama. Así lo glosó Giulio Carlo Argan en «El arte moderno» afirmando que para el pintor francés «la historia no es ejemplo ni guía del hacer humano, es un drama que comenzó con la humanidad y perdura en el presente».

Vivimos un presente dramático. Otro como el que inspiró, antes y después de Delacroix a Rubens, a Goya, a Otto Dix, a Picasso y a tantos artistas que denunciaron con arte y dolor las masacres que repetimos.

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