Uno de aquellos…I

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Identidad

Identidad

Mateo Marco Amoros
 

Creo que fue en la Sierra de las Cabras, provincia de Albacete. Mi cuñado Paco Mora y algunos amigos marchaban con bicicletas de montaña por trochas y angosturas. Se les echó la noche encima y se pusieron en la cabeza linternas frontales. De esas que se acoplan en la frente con una cinta. Así bajaban por las pendientes con rapidez y destrezas en la oscuridad. Llegando a una pista se encontraron con un pastor y se detuvieron. El hombre, que no sabía muy bien lo que había visto descender por la ladera, aturdido por la sorpresa, algo asustado y nervioso, les preguntó: —¿Qué sois?

Por la pregunta «¿Qué sois?» se ve que el pastor no terminó de ver personas. Si hubiera visto personas lo probable es que hubiera preguntado «¿quiénes sois?» El pastor había visto y veía luces que se movían y surgían de una extremidad superior. Y un desplazarse ligero y trotón de esas luces. Esto es lo que probablemente vio en la negrura: luminosidades que caían ágiles por la falda de la montaña. Y seguramente le pasó algo parecido a lo que dicen que sintieron los indígenas americanos ante los primeros españoles al confundir caballo y caballero, fundiéndolos en un solo ser. Un ser que por otro lado se subdividía manteniendo vida independiente cada una de sus partes. El brillo de las armaduras, los fogonazos de arcabuces y mosquetones, sumaron confusión a los indios; como las luces de las linternas frontales aturdieron al pastor en la oscuridad de la noche. En América, los indios llegaron a pensar que aquello eran dioses.

Mas en América las sorpresas fueron mutuas. Porque los españoles se creyeron en el Paraíso. Ante el buen salvaje que se asustaba de las gallinas, ante una tierra de leche y miel con sorprendentes novedades para ellos: la propia desnudez de los indígenas y su inocencia, el tomate, la patata, el tucán… Y pronto los indios sufrieron la avaricia de nuestra economía de mercado.

Volviendo a la anécdota del pastor, si alguien nos preguntara por nuestra identidad, nos gustaría responder con medio verso hernandiano: «Uno de aquellos».

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