Anatomía de la melancolía: Rigoletto

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Por Mateo Marco Amorós

Imagen de Joaquín Marín

Nada más triste que un bufón provoque penas. Porque de un bufón esperamos bufa, risas, bromas, hasta acidez ocasionalmente mediando la burla, pero no fatalidades. El «Rigoletto» de Verdi, con libreto de Piave basado en «El rey se divierte» de Víctor Hugo, de principio a fin resulta un personaje triste por procurarnos más pesares que gozos.

Hazmerreír de los cortesanos, papel invertido; enfermo de un paternalismo carcelero que ha convertido a su hija Gilda en prisionera, aterrorizado por el peso de una maldición –precisamente músico y letrista se referían a esta ópera como «La maldición»– y final trágico, si alguien esperaba ver a un payaso deforme que le hiciera reír aun a costa de sarcasmos, se encontrará con un burlador burlado y requeteburlado, con un ser agobiado, atormentado y vengativo; derrotado, sin deseos de vivir tras la tragedia.

Con motivo de nuestra jubilación, los compañeros en el IES Paco Ruiz de Bigastro, un instituto que como la población ha convertido la música en seña de identidad, tuvieron a bien regalarnos unas entradas para el estreno de «Rigoletto» en el Teatro Real de Madrid. Dos de diciembre del veintitrés, una maravilla. Una muy grata experiencia al margen de los abucheos que recibió la dirección de escena, responsabilidad de Miguel del Arco. Nada nuevo bajo el sol. Visto Bayreuth, visto Salzburgo, visto Madrid.

Que no nos importe o determine la puesta en escena, porque en lo musical (orquesta, coro y solistas) fue excelencia. Respecto a la escenografía, espectacular en lo que es faena de tramoya, el planteamiento ideológico del espectáculo sí nos provocó algún distanciamiento. Si el director de escena considera, como declaró, que esta ópera hay que situarla en un burdel, sospechamos que aquí está el meollo del producto resultante. Porque no sé hasta qué punto el hecho de que el duque de Mantua sea un frívolo y cínico mujeriego implica necesariamente convertirlo en un putero. Que uno pueda ser tóxico para las mujeres, que la infidelidad sea su rasgo, no obliga a materializar males y engaños entre burdeles y orgías. O sí, acaso orgía si pesa «El rey se divierte».

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