Vaciando el aire de las caracolas…LXVII

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Policromía

Policromía

Mateo Marco Amorós
 

«A la gaya policromía de las damiselas, que ya se ha retirado al interior de la ciudad, sucede en los andenes celestiales, la tibia claridad de las estrellas…» Así termina quien firma NERONIK su aportación a la encuesta de «El Pueblo» en 1927 sobre cuál es la vista más bonita de Orihuela. Para NERONIK se da en los Andenes y, precisamente, «En los Andenes» –véase «El Pueblo», 165 (15.06.1927)– titula su artículo. Y en los Andenes, un domingo de junio por la tarde, recrea su estampa:

«Domingo de Junio. Tarde limpísima y serena de verano. Aire tibio y caldeado, amasado con rayos de sol y –aquí nos parece que NERONIK, aun prudente, fuerza y atrae excesivamente al mar– con auras apenas perceptibles de brisa marinera. ¡Qué hermosas son estas tardes al caer el sol en los clásicos andenes del paseo que lleva a la estación!» Por un lado, mujeres paseando: «la gaya policromía de los vestidos de las damiselas oriolanas, que huyen del polvo de la carretera y dan vueltas y más vueltas al paseo, menos preocupadas de la belleza del paisaje que de los últimos esfuerzos de la moda en sus amigas y compañeras.» Por otro, quienes contemplan el atardecer. O más preciso: «la nostálgica belleza del atardecer». Que se note la querencia del autor por lo romántico.

Entonces, la huerta. Infinita, «aro de verdor y lozanía, por el que se deslizara, rutilante y esplendoroso, el carro del sol». Huerta que es mar de cáñamos: «Lindando con los andenes, como el mar azul con los diques de un puerto, el mar verde de los cáñamos, que tiene su creciente rápida y su marea como el otro mar, y que con su color intenso, su frescura y su aroma, parece invitar a bañarse en sus verdes aguas, que poco a poco vanse sumergiendo y nivelando vallas, arbustos y barracas.»

Huerta cáñamo-mar y… algunas moreras que «levantan al cielo sus brazos desnudos como náufragos en una tormenta, demandando auxilio (…)» y, diseminadas, «algunas gráciles palmeras, –escobas y plumeros invertidos– que barren la ruta del sol, limpiándola de nubes para que llegue sin mengua hasta el ocaso.» Finalmente, las sierras son «tiesto de la gran maceta», rodeando a norte y sur la vega; atardeciendo «cuando el sol ya se ha acostado tras la sierra», «se incendian» y NERONIK añade a la caldera literaria más madera romántica en difícil equilibrio con lo cursi.

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