Vaciando el aire de las caracolas…LXXI

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Añoranzas

Añoranzas

Mateo Marco Amorós
 
 

Desde Málaga, en junio de 1927, quien firma como ‘El Cantor de Filena’ remite su respuesta a la encuesta del semanario orcelitano «El Pueblo» sobre qué vista es la más bonita de Orihuela. Titula su artículo «Añoranzas» –véase ‘El Pueblo’, 168, 6.07.1927– y por lo que escribe, profundizando en el recuerdo, profundizando en lo interior sentido, parece hacer caso a la sugerencia que el sacerdote Julio López Maymón hacía en el mismo número reivindicando unas estampas más íntimas.

El que escribe bajo el pseudónimo ‘El Cantor de Filena’, próximo a los sesenta años nos dice, debe ser funcionario; pues al principio alude a que la redacción de minutas, edictos y comunicaciones oficiales, ‘enmohece el espíritu’. Parece que lo dice como excusa, pero todo su escrito será artificio pomposo, exuberante juego floral para responder echando mano de sus recuerdos, recuerdos de juventud, visión de juventud. Con los ojos cerrados:

«Visión –escribe El Cantor–, iluminada por aquella luz interna, forjadora de fantásticas creaciones. Luz, que convertía en castillo encantado, las ruinas de la gótica fortaleza de Hans-Arguala al pie de cuyos derruidos torreones, evoqué tantas veces los tiempos duros de edades de hierro y de conquista, cuando en mi infantil cerebro se desgranaban los conocimientos históricos con la impresión fantástica de los cuentos orientales.» Y tras esta imagen histórica pasada por la fantasía, la vega del Tháder, «perfumes de naranjos y limoneros en flor.» Y el enamoramiento cuando adolescente. Todo cargado de artificio literario romanticón y excesivamente almibarado. Y al cabo, desde el recuerdo de la juventud, todo es para él la mejor vista orcelitana y… Y un inventario de espacios ligados al recuerdo, una «vista sintética»: «Vista sintética de lugares que dejaron huella romántica en el alma…»—dice.

Así, «el hogar doméstico, templo sacratísimo de la estirpe»; el lugar de la tertulia, «guardador del consorcio de afectos que crea la amistad»; el espacio «donde brotaron las primicias del amor»; y donde el primer desengaño; «estancias de goces; encrucijadas de dolor…»; la «enramada sombría de la vega, a cuya sombra balbucieron los labios la primera anacreóntica en el oído de la mujer amada»; algún remanso del Segura; algún peñasco de la sierra; «aquella reja de tortuosa calle, a cuyo pie fuimos fervientes trovadores»; un altar; «la tumba de nuestros padres;… todos los lugares donde vibró nuestro ser, sacudido por emociones felices o dolientes…» Todo. Todo lo recordado. Todo lo añorado. Todo.

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