Cortesía

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Mateo Marco Amorós / A cara descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

Nos satisface haber dejado de fumar. A veces pienso que con lo mucho que he fumado años atrás, de existir la reencarnación podría vivir varias vidas sin fumar y mi cuota como fumador estaría compensada por lo mucho que he fumado en ésta que vivo. Fumar, puñetero vicio. Y mira que teníamos presente aquella simpática pintada que camino de la Universidad, en Virgen del Remedio en Alicante, leímos tantas veces: «Besar a un fumador es como lamer un cenicero». Pero aquellos tiempos eran tiempos en los que fumar no estaba tan cuestionado como ahora. Y nosotros fumábamos y fumábamos. En las clases. En los bares. En los transportes públicos. Hasta en los hospitales. Fumábamos. Y también besábamos.

Los galanes del cine clásico, por ejemplo Humphrey Bogart, fumaban con estilo. Con el cigarrillo potenciaban su seducción. Dando caladas y echando humo. Y cogiendo de una manera peculiar el cigarrillo. No sé si futuras generaciones, viendo esas imágenes, pensarán: ¿Será grosero?… Pero hace años el fumar no estaba mal visto y hasta era cortesía ofrecer tabaco. Y de mala educación el no hacerlo.

Recuerdo que en una boda, acompañando a mi madre viuda, estando en un corrillo charlando con amigos de la familia, saqué mi paquete de tabaco y encendí un cigarrillo. Y me lo fumé tan a gusto. Platicar y fumar siempre me han perdido deliciosamente. Pues bien, al llegar a casa mi madre me reprochó la acción recordándome que sacando tabaco lo cortés y educado era ofrecer un cigarrillo a quienes te acompañaban. Y yo no lo había hecho. Era cortesía que no había tenido.

El genial Luis Carandell en su libro «La familia Cortés. Manual de la vieja urbanidad» nos recuerda que en 1860 el Barón de Andilla, Francisco Garcés de Marcilla, en «El consejero de la infancia. Reglas de religión, moral, urbanidad e higiene en dísticos endecasílabos», entre otros consejos a fumadores dice: «Quien entre amigos su cigarro saca, / debe ofrecer al punto su petaca.» Y esto es lo que vino a decirnos aquel día nuestra bendita madre. Sin rima pero para nuestra buena educación. Tiempos de humo.

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