El no arco de Darwin

Publicidad

Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Hace un año y pico –era una mañana de mayo– nos desayunábamos con la noticia de que el Arco de Darwin, al norte de las ecuatorianas islas Galápagos, se venía abajo; recordándonos lo que había sucedido en Ribadeo en la playa de las Catedrales. Entonces, allí donde se apreciaba formando como un arco de triunfo una de las caprichosas bellezas de la naturaleza, ya no era. Por erosión natural. Aquello que había procurado la actividad de geotectónicas, vientos, aguas y otros elementos, desaparecía roto. Por los mismos agentes. Así el roer constante de la naturaleza.

Cuando observamos un paisaje, algunos de los componentes que lo conforman se nos presentan estáticos, aparentemente muertos. Especialmente nos sucede con las moles pétreas. Es como si estuvieran ahí inmutables eternamente. Esto porque no apreciamos en su dura quietud la carcoma de los agentes en el tiempo. Siempre tenaz actuando, incansable. No la apreciamos pero –aserrín, aserrán– ahí está.

En algunos lugares por la fragilidad de los materiales se atisba mejor esa erosión, ese devenir cambiante. Por ejemplo veo ahora la imagen frágil de un saliente en la playa de los Escullos en Cabo de Gata, expuesto al peso de los turistas que arriesgan ruinas y multas fotografiándose sobre la cornisa salitrosa que como gárgola sobresale en el montículo de duna fósil. Hay quienes relacionan la palabra escullo con «escullir» que significa resbalar, caer. En catalán, «escull» es sinónimo de «perill»: peligro, riesgo. A saber. Como también veo fragilidades en las inmediaciones de la Illeta dels Banyets y playa de la Almadraba en Campello, repisas sobre el mar donde jóvenes tientan paraplejias. O fragilidad en la propia Illeta que día tras día parece diluirse como azucarillo en café. Espacios donde por la blandura de los materiales se aprecia más que en otros la lima erosiva de los factores en el tiempo, la demolición natural en otros sitios desapercibida.

Y a saber si en estos terrenos frágiles, la puntilla definitiva para su derrumbe pueda ser, amén de los elementos de la naturaleza, la sincronía de algún clic de alguna cámara de algún turista. O una tos.

Sé el primero en comentar

Deja tu comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*