Anatomía de la melancolía: De la vivienda

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Por Mateo Marco Amorós

Fotografía de Joaquín Marín

A finales de los años cincuenta del siglo pasado, en un Madrid en el que en las calles aún pasturan ovejas y hierran caballerías y juegan los niños y se escuchan coplas populares y se reparten barras de hielo para las neveras y hasta de noche en un puesto se mercan encurtidos y… En ese Madrid, una pareja de novios –doce años de noviazgo como poco– envejece sin poder casarse al no poder adquirir una vivienda. Envejece, discute y se desespera. Hasta lamentarán no haberse casado aunque tuvieran que haber vivido en una chabola.

Por la zona de Ventas se está construyendo mucho, pero los precios… —Un piso en Madrid vale más que mil mujeres —dirá Dimas Alonso, un endeudado Cirujano-Callista. Un mercado imposible para esos novios eternos. Petrita, la novia, exigentona y egoísta, viviendo con una hermana casada que espera familia, tiene que ir pensando en marcharse. Rodolfo, el novio, vive en una casa de huéspedes conviviendo con el citado Dimas, con la desinhibida joven Mari Cruz y con la anciana doña Martina, titular del contrato de alquiler. El casero espera la muerte de la anciana para liberar el arriendo y derribar el edificio. Temiendo ese momento, los realquilados urden un plan desesperado para evitarlo. Hasta aquí contamos sobre El pisito, estupenda película de Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry basada en la novela homónima de Rafael Azcona. Una historia rocambolesca pero factible por las circunstancias. Hasta aquí contamos porque vale la pena verla. Y reír o llorar. Ahí una de las inteligencias de la cinta.

Pero para llorar, nuestro ahora. Donde también una crítica realidad inmobiliaria que hipoteca con hipotecas que amenazan a las familias con ser espuma. Impidiendo la emancipación de la juventud. Sufriendo precios de compra o de alquiler inasumibles. Especialmente en ciertas ciudades o zonas que dicen «tensionadas». Frente a esta realidad algunos recuerdan que en los ochenta las hipotecas, determinadas por lo que se conocía como míbor, estuvieron en torno al ¡diecisiete por ciento!

No sé si piedra de Sísifo parece lo relacionado con el ladrillo: pena, progreso, cumbre, desolación y… ¡Vuelta a empezar!

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