Vaciando el aire de las caracolas…XCIV

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Repoblación

Repoblación

Mateo Marco Amorós
 

Bajo el título «La sierra de la ‘Muela'» quien firma como NIK exclama: «¡Qué bien le vendrían a la vertiente de la montaña algunas pinadas, aromatizantes y alegradoras del paisaje! ¡Cuánto ganaría con ello el marco de esta bella ciudad y el alpinismo de los actuales oriolanos!». Estamos en mayo de 1927. El texto aparece en el periódico oriolano «El Pueblo. Semanario Social y Agrario» –véase número 162, 24.05.1927–. Alpinismo es sinónimo de montañismo.

En el artículo, como subtítulo o entradilla leemos: «La Ermita de San Cristóbal nos dice algo de lo que fue y de lo que pudiera volver a ser». Es porque lo publicado habla, con sabidurías históricas, de la ermita de San Cristóbal, ubicada en la sierra orcelitana, «sobre el Raiguero de Bonanza –precisa el autor– y en el comienzo de una grieta que parece cortar de alto abajo la montaña». Donde unas ruinas y fuente.
Nik relata una excursión al lugar, acompañado –dice– por «otros dos chiflados por todo lo que sea restos de antigüedad». Con jugosas pinceladas literarias describe un paisaje desolador: «el suelo calcinado parece hecho de escorias de volcán, ni un resto de vida hay entre las breñas; solo algún raquítico tomillo extrae a duras penas su rústico aroma de la tierra sedienta.» En la percepción del autor sólo se salva la panorámica: «a los pies el cañamazo bordado de la huerta: junto al Oriolet, pequeñita y blanca, la bella Oriola: lejos, muy lejos, por sobre las mazmorras del Castillo, se adivina enigmático y añorante, el mar.»

Volviendo la vista al paraje inmediato, donde San Cristóbal, retorna la «desolación aterradora» y, con ésta, el sueño de recuperar ese espacio como sitio de recreo que fue. Entonces, Nik informa sobre la construcción de la ermita que fecha a partir de 1483. De la cofradía que se creó para cuidar de ella. De las romerías al «grato lugar». También, para el XVIII, de sus vicisitudes y mala fama al convertirse en refugio de malhechores y, cuando las romerías, en lugar de libertinajes donde, según un expediente, personas de ambos sexos «se aprovechaban de la pompa de los árboles, a cuya sombra hacían más llevaderas las incomodidades del sitio, en el que no solo consumían el día, sí que también la noche, entretejiéndolas con bailes, comidas excesivas, bebidas de licores y otros desenfrenos.» Pero Nik destaca lo de «la pompa de los árboles» porque quiere recuperar aquel «oasis». Repoblándolo. En 1927.

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