Anatomía de la melancolía: Bellezas y más bellezas

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Texto de Mateo Marco

Fotografía de Joaquín Marín

Pretendiendo terminar con lo que nos ocupó ayer, esto es el deshojar con las gafas ahumadas del pudoroso neopuritanismo uno de los manuales de Historia del Arte que nos sirvió cuando el COU (Curso de Orientación Universitaria), continuamos con la exposición de obras que cabría purgar.

Así el maremágnum de desnudos en el fresco de Signorelli en la catedral de Orvieto. O esos niños, desnudos, representando a San Juan Bautista y a Jesús, en «La Virgen de las Rocas» de Leonardo da Vinci. O los desnudos en el fresco de Rafael en las estancias del Vaticano sobre «El incendio del Borgo». O el «Adán y Eva» de Durero, la «Venus y Cupido» de Cranach, el «Neptuno y Anfitrite» de Gossaert, la «Sagrada Familia» de Van Orley, hasta un salero de Francisco I de Francia –obra de Cellini– también con Neptuno y Anfitrite, la representación de «Dánae recibiendo la lluvia de oro», obra de Becerra, en uno de los paneles del techo del aposento de la camarera en el Palacio del Pardo, el «Apolo y Dafne» de Bernini… Imposible continuar, ya lo advertimos, por el volumen de obras a censurar desde esa castrante visión. Deshojándolos, también lo advertimos, nos quedaríamos sin libro. Percibidos con los ojos sucios, hasta en «El columpio» de Fragonard, si nos situamos en la perspectiva del pillo que observa a la mujer que se balancea, imaginando, vemos lo que no se ve.

El desnudo es arte. Arte y desnudo eran sinónimos para Miguel Ángel. Bernard Berenson, experto en arte, en su libro «Los pintores italianos del Renacimiento» así lo afirmó: «El primero en comprender plenamente, desde la gran época de la escultura griega, la identidad del desnudo con el gran arte figurativo, fue Miguel Ángel. Antes de él había sido estudiado con miras científicas, como recurso para plasmar la figura envuelta en ropajes. Miguel Ángel vio que entrañaba un fin en sí mismo e hizo del desnudo la suprema finalidad de su arte. Para él, arte y desnudo eran sinónimos».

Arte, porque caben fronteras entre lo bello y lo obsceno. Como entre el humor y la burla.

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