Anatomía de la melancolía: Lecturas nutricias

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Por Mateo Marco Amorós

Fotografía de Joaquín Marín

En agradecimiento a Manuel Beltrán García

La melancolía ocasionalmente se alimenta de lecturas. Nos pasó leyendo El viento de la luna de Antonio Muñoz Molina y nos ha vuelto a pasar leyendo No te veré morir, novela del mismo autor. Instantes en los que uno se ve obligado a dejar de leer, posar el libro boca abajo, a dos aguas portada y contraportada para no perder la página que nos detuvo y… Y perderse en el recuerdo estimulado.

El viento de la luna, ya lo contamos, nos obligó a intentar recordar el último instante en el que caminamos de la mano de nuestro padre. Ahora, el fragmento de No te veré morir nos invita a pensar en aquel tiempo en el que alejándonos de una persona que amábamos cupo la posibilidad de apartarnos de nosotros mismos. Así Gabriel Aristu en la novela, ¿así nosotros en nuestra experiencia?: «Al alejarse de Adriana Zuber, de quien se había apartado era de sí mismo, de las mejores posibilidades que había en él. No es que la hubiera traicionado, ni que la hubiera olvidado. Lejos de ella había dejado de ser quien era; había abolido la vida que le correspondía, la identidad suya que solo cristalizaba por contacto con ella, en virtud de su influencia apasionada y lúcida». Por lo leído Gabriel Aristu mudó su ser, como serpiente su piel. El texto nos llama por si pudimos, como Aristu, sacrificar nuestro yo. A saber si a mejor o a peor.

Por si fuera poca la provocación del párrafo que detuvo nuestra lectura, el libro a dos aguas como hemos apuntado, en la contraportada un texto promocional amplifica el espejo de la memoria azuzando el requerimiento al afirmar: «(…) la constatación de que la nostalgia de aquel primer amor lo es también de la persona que una vez fuimos».

Algo noqueado queremos eludir el reto, esquivar el espejo. Pero alimentada la melancolía es imposible evitar mirarnos, repasarnos y… No nos disgusta donde hemos llegado, sí descubrir que desde aquel adiós no siempre fuimos para los demás aquello que estimábamos ser y… Una certeza: que antes de nuestro abandono fue mucha la felicidad.

 

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