De los hombres aburridos

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Bardomeras y meandros / Mateo Marco Amorós

Fotografía / Joaquín Marín

Hace unos años la publicación MAGAZINE (09.12.2018) dedicaba unas páginas a informar sobre clubes curiosos, asociaciones humanas con individuos peculiares y/o con aficiones más o menos extravagantes. Así en Alemania, el club de los altos; mujeres y hombres de estatura por encima de 1,80 y 1,90 respectivamente. También en Alemania, el club de los amigos del número pi. Guarismo apreciado por los asociados debido a su irracionalidad y trascendencia. Para ser socio de este club –informaba la revista– «hay que aprenderse de memoria los primeros cien números después de la coma y recitarlos armoniosamente, sin cometer errores.» De España –en Barcelona, Madrid, Alicante, Valencia…– citaba varios clubes de amantes de los gatos.

Entre todos estos variopintos colectivos llamó nuestra atención uno que tiene su sede al sur de Inglaterra, concretamente en Winchester. Se trata del Dull Men’s Club, el club de los hombres aburridos. Mas no pensemos que por decirse aburridos no hacen nada. Como por decirse «de los hombres» no admite mujeres. Hacen cosas y hay socias. Se dicen aburridos porque no atrayéndoles aficiones más o menos extendidas como hacer deporte, escuchar música, bailar, leer… practican otras que pueden parecer aburridas al común. Incluso ellos mismos aceptan que lo sean. Pero las practican con gusto y orgullo. Así, entre los inscritos hay quien se dedica a coleccionar botellas de leche de todo el mundo, otro a fotografiar rotondas y otro más a fotografiar lápidas de famosos.

Al parecer, los miembros de este club recurren a la extravagancia para combatir el tedio. O por alimentarlo. Pero es todo más sencillo. Lo podemos intuir atendiendo la cabecera de su página web donde aparece este lema: The life-changing magic of simple, everyday, run-of-the-mill things («La magia que cambia la vida de las cosas simples, cotidianas y corrientes.») Esa es la clave: Apreciar algo en lo simple, en lo cotidiano y corriente. Emocionarse ante cosas sencillas. Disfrutar de lo que tenemos al alcance de la mano. Apreciar algún valor particular en lo supuestamente insignificante.

Quizás sea por esto por lo que estimo cierta poesía. Por esa capacidad que tienen algunos versos de catapultar a la trascendencia lo más insignificante, alimentando el espíritu.

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