Por vía de urgencia

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros

Joaquín Marín / Fotografía

Ante las circunstancias excepcionales que vivimos, la Conselleria de Educación, atendiendo el Real Decreto-ley de 29 de septiembre, por el que se adoptan medidas urgentes en el ámbito de la educación no universitaria, consideró oportuno en el presente curso contratar a profesorado sin el máster que acredita la formación pedagógica y didáctica de posgrado. Por vía de urgencia y como puesto de difícil cobertura.

Para ejercer la docencia, entre los múltiples requisitos que se le exigen al personal está el de contar con ese máster de formación didáctica y pedagógica, conocido anteriormente como CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica). Un máster que normalmente ocupa un año a quienes lo cursan recibiendo clases teóricas en las facultades correspondientes y realizando prácticas en algún colegio o instituto.

Lejos nuestra intención menospreciar cualquier formación complementaria, lejos también minusvalorar la preocupación de las asociaciones de madres y padres siempre sensibles a la capacidad de los docentes y lejos desdeñar la inquietud de los sindicatos gremiales que tanto velan por nuestra actualización en destrezas pero… ¿Y si administración, padres, madres y sindicatos descubrieran por vía de urgencia que hay magníficos maestros y profesores careciendo del máster en didáctica y pedagogía? Conozco casos de gente que sin tener dicho curso enseña muy bien.

Me preocupa que llevemos años insistiendo en el cómo y no tanto en el qué. En el cómo enseñar y menos en el qué enseñar. Incluso hay quienes respecto al qué menosprecian los contenidos porque los consideran accesibles en Internet. Como si el fácil acceso a la información que disfrutamos fuera suficiente, cuando precisamente esa facilidad exige más criterio, más saber, para distinguir lo mollar de la morralla. El método, los métodos, son herramientas, útiles. Pero no son el todo. Aprender pedagogías no está de más pero importa saber la materia, dominarla lo más posible y… Sobre todo amarla. Desconfío –reconozco que puede ser prejuicio– de quienes me aleccionan e insisten en cómo debo hacer lo que hago. Conozco mis defectos, procuro evitarlos y es verdad que en alguna ocasión, recibiendo lecciones de didáctica, he aprendido lo que nunca debía hacer: imitar al ponente.

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